: | Aquel río corría al fondo de las sierras…Desde arriba se escuchaba su bramido.
De una orilla a otra había un centenar de metros y otros tantos de profundidad.
Se reunió mucha gente, los del pueblo y los que vinieron de otros lugares, también muchos turistas.
Mientras el joven probaba la larga vara, su mujer pasaba la gorra.
El era seguro, completamente seguro. Un gran profesional. Sin embargo aquel día le transpiraban las manos, le saltaba un ojo, sintió ardor de estómago.
Los ayudantes tensaban el alambre…El entalcó sus manos y las zapatillas, hizo un par de flexiones y su rostro evidenció la seguridad que siempre lo precedía.
Allá fue…
Hubo vivas y aplausos…Había cruzado ya la mitad de la ruta…De pronto la vara se inclinó demasiado a la izquierda. Logró dominarla pero se inclinó entonces a la derecha hasta quedar casi vertical.
El joven cayó al vacío sin soltar la vara, de pié, apenas una figura gris y silenciosa que caía.
Los gritos, los llantos, las corridas hasta el borde del abismo…
Al tiempo, su mujer revisando sus cosas encontró el equipo intacto. El alambre y los tensores que lo acompañaron siempre en el cajón donde se guardaban y transportaban. También la vara descansaba en un costado del salón.
Años después, su mente experimentó un regreso. Vio como en aquel día a un hombre vestido de negro, lentes oscuros, que se abría paso a través de la gente, un bastón en la misma mano que llevaba una moneda extranjera y dejó caer en la gorra. La otra mano, la izquierda, la apoyaba en el hombro de un niño lazarillo. Entonces el hombre murmuró casi en su oído: "LA VIDA ES UN VISAJE DE LA MUERTE". |
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