: | Había llegado Eulogio a la consulta. Fue a media mañana, como cualquier otro paciente que pudiendo hacerlo, se levanta tarde, y toma una hora a medio día. Un miércoles, de marzo. Nada extraordinario, como para recordarlo. El tiempo no estaba ni bueno... Ni malo. Claro, que yo andaba de manga larga, y él, también. Sí, lo recuerdo bien, porque las mangas de su túnica le quedaban tan largas, que cuando gesticulaba para hablar, se le enredaban los dedos en las costuras de los bordes. Me parecía un poco extravagante su atuendo, pero cuando me venían ese tipo de pensamientos, recordaba que primero debía ver, oír, y registrar, lo que nuestro interlocutor develaba en sus múltiples formas de expresión, y de omisión. Sólo entonces, podría esbozar un cuadro sinóptico de la situación.
Pero no podía evitarlo. Era realmente ridículo. Su evidente incomodidad, me impedía obviar sus alas. Llenas, llenas, de plumas, éstas se esparcían por toda la consulta, y mi nariz acusaba recibo de la situación, en forma jugosa. Por su parte, Eulogio se removía en el sofá, sin saber en qué posición acomodar sus alas. Eran grandes; altas, un tanto rígidas, e imposibles de ocultar. Olían a plumas. Estaban un tanto sucias. Si bien originalmente eran blancas, tenía problemas para limpiarlas correctamente. No podía sacárselas y enviarlas a una lavandería, pero tampoco cabía en una tina. La alternativa habría sido que alguien lo ayudara, pero se quejaba de que todos se reían de sus alas, y le daba vergüenza. Había optado por pararse bajo la lluvia. Pero la lluvia, no lo había favorecido mucho; sus alas estaban irregularmente manchadas, y seguramente, esos baños fluviales, no eran muy frecuentes, si vivía en esta región. Sin embargo, parecía estar resignad! o a transitar por la calle, con su apariencia de ángel a medio dibujar.
Eulogio, parecía tener unos 35 años, aunque probablemente, tenía un poco más; quizás unos doscientos o trescientos años más. Bueno, no he sido muy preciso. Pero deben tomar en cuenta, que no todos los días le llega a uno, un ángel deprimido. No tenía nada del brillo que se habría esperado de alguien así. Se veía, más bien desgarbado, y sus hombros caídos acentuaban su delgadez. Sus brazos parecían sobrarle, pues las alas ocupaban tanto lugar en el sofá, que no le quedaba otra posibilidad más que dejarlos caer sobre sus rodillas, precariamente equilibradas, ya que se encontraba sentado en la orilla del sillón.
Superada la primera impresión, apareció una interrogante, nuevamente cargada de prejuicios. ¿Por qué un ángel pediría una consulta psicológica? Y aun más, ¿qué haría yo, con un ángel plumífero metido en la consulta? Bien, tendría que aguantar la respiración, escuchar, y sonarme.
- Estoy aburrido de ser un ángel. Soy un inútil - me habría gustado decirle que parecía tener razón, pero no me pareció ético. Poco a poco, me fue explicando que era un ángel dedicado a cuidar casos inusuales. Comenzaba a pensar en lo irónico que sonaba aquello; nada más normal que atender a Eulogio, un ser de trescientos años, con alas, dedicado a casos inusuales. Pero eso, no era algo que él cuestionara. Más bien, le preocupaba su competencia laboral. Ponía en cuestión, su vocación de servicio.
- Me he preparado durante miles de años, para tener mi primer cumpleaños, y comenzar a trabajar en el ámbito para el que fui entrenado... - Entonces, su edad, era contada, a partir de su primer cumpleaños, y no desde que comenzó a existir. Hablaba del tema, como si todos en el mundo funcionáramos de esa manera. No me resultaba fácil, desligarme di mi propia visión de mundo. Era como tratar de entender a una mosca.
- No he podido ayudar al perrito a cruzar la calle - yo necesitaba muchas explicaciones, para entender, en particular, el mundo de Eulogio. Le pedí que se extendiera sobre el tema, con el fin de comprender qué era lo que quería decir realmente.
- Claro, era un perro de pata plana. Y como tiene cuatro patas, le resulta dos veces más difícil coordinarlas, de lo que le costaría a un ser humano -. Visto desde ese punto de vista, sonaba razonable. Según lo que contaba, podía entender, que había sido un perro que de cachorro había sido sobre alimentado, y en consecuencia, al aprender a caminar, los huesitos de sus patas se deformaron, provocándole una (en realidad cuatro) pata plana. Pero aun seguía lamentándose insistentemente. - Es que soy un inútil, porque no puedo agacharme a coger al perro, porque mis alas chocan con el pavimento, y me lastimo. -. El perrito, en medio de su agradecimiento, le había lengüeteado las alas, y esto aumentó aun más su dolor... Era alérgico a las pulgas que, de paso, le había transmitido el canino. Siquiera, cuando esa familia de pollitos de pluma rosada también habían necesitado cruzar una carretera, se le habían metido dentro de las alas, alrededor de sus pies. Había! n pasado casi todos; dos, se quedaron atrás, y terminaron siendo aplastados por un camión. Las alas del ángel, impedían que pudiera agacharse; ya lo había dicho. Pero lo del perro, era más serio, porque casi no podía caminar, el ángel debía tomarlo en brazos, sino, no lograrían cruzar la calle antes que dieran la luz verde para los autos. Su voz contenida, dibujaba la congoja, que expresaba ante tan seria dificultad laboral. - Usted sabe, esta ciudad es tan peligrosa, para esos animalitos -. Pero yo no sabía qué hacer. A penas podía contener la risa. Hasta que un espasmo en la boca de l estómago, hizo que arrojara lágrimas y carcajadas, mientras intentaba sujetar mi cuerpo, desparramado entre el suelo y el sofá. Realmente, no podía contener la risa. Esto ya era demasiado: pollitos de pluma rosada. En realidad, jamás había visto el tipo de animales que describía. Y si no hubiera sido, porque sus plumas retorcidas trabajosamente en el sofá, daban cuenta d! e la veracidad de su condición de ángel, habría podido esbo! zar alg� �n diagnóstico. Pero los pollos rosados, los perros de pata plana, los ratones sin cola, llenaban mi mente, en una imagen hilarante, que no me ayudaba en nada, para dejar de reír. Ratones sin cola, gordos, que no podían equilibrar su cuerpo, a falta de sus colas... Dónde se había visto cosa igual.
El ángel al verme, se puso aun más mustio, y unos mechones de pelo se le comenzaron a caer, como si fuera una flor que se está deshojando. Luego, se cayeron las plumas, y sus alas de piel rosada, empezaron a enroncharse de frío. Nunca habían estado expuestas al aire. Ahora todo estaba lleno de plumas, hasta mi ropa, mi pelo, mi baso de agua... No se movía, no respiraba, y por primera vez, podía verle la punta de los dedos, que caían sobre su regazo; se comía las uñas. Eulogio era un paciente demasiado atípico. Ya había renunciado a disimular mi impresión, o más bien, había fracasado en mis esfuerzos por lograrlo.
A medio camino entre la risa y el desconcierto, arrastré mis rodillas hasta él, y lo abracé. Comenzaba a darme una lástima infinita. Ni siquiera lloraba. Con sus párpados a medio cerrar, suspiraba en mi hombro. No sabía hacer otra cosa que ser ángel de casos inusuales... Y lo hacía mal.
Yo tampoco sabía qué hacer. |
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