: | Los domingos salgo a caminar, temprano por el barrio de Caballito, mi lugar en el mundo. Cuadra tras cuadra con un esfuerzo tolerable, quemo la grasa de un abdomen que pasa los cincuenta años.
Ese domingo no fue un día cualquiera. Al atravezar el Parque Rivadavia, antigua quinta de la familia Lezica, tropecé literalmente con uno de los caballetes que sostiene un improvisado mostrador de coleccionistas. Allí estaba, reinando entre monedas dudosamente romanas, medallas a la lealtad peronista, distintivos de reservistas y deportistas de épocas pasadas, allí estaba entre insignias falsamente alemanas pero ella era auténtica, tan auténtica como el bronce de los cañones fundidos para confeccionarla. Ella, muda sobrevimiente de una guerra, gallarda y solitaria entre tanta basura de lata: La Cruz del Defensor del Chaco Boreal. Cruz del Defensor a cecas, austera y modesta como quien la mereció, pensé a mis adentros cuando la estaba pagando. Pero quien fue su dueño? y ¿quien la entregó a las manos especulativas de los coleccionistas? Ambos interrogantes giraban en mi cabeza sin cesar toda mi vuelta caminadora a casa. ¿De quien fue, mi Cruz del Defensor? ¿Vivi! rá?, O ¿que pariente desaprensivo, o porque apremiante motivo la entregó a los comerciantes?. El Misterio de la Cruz del Defensor duró unos días. Al Domingo siguiente, volví al Parque Rivadavia, mi intención primigenia fue conversar con el vendedor para que me de una pista. Lo abordé rodeado de coleccionistas admirando un misal antiguo y nacarado. -¿Se acuerda de mi?, si, si, el comprador de la Cruz del Defensor,
no me diga que me la quiere vender, exclamó el coleccionista casi socarronamente? No, no solo quiero saber sin comprometerlo, si sabe quien se la vendió para tener idea de quien la recibió por su actuación como combatiente de la Guerra del Chaco. El hombre pareció comprender y me dijo. Mire enfrente ¿que ve? -Una Iglesia, contesté. ¿Sabe que Iglesia es esa?, mas o menos le dije, y agregué la parroquia de los paraguayos. Si me dijo, Nuestra Señora de Caucupé, patrona del Paraguay, bbueno allí los domingos se junta un grupo muy peculiar que concu! rre a misa de once, mi consejo es que vaya alguna vez y lleve ! la cruz, mustresela a un viejo al que llaman Gaspar, él podrá decirle algo sobre la condecoración que le vendí. Gracias le dije y me fui raudamente al camino. Otro domigo llegué a la Iglesia casi a las Once y comencé a mirar los feligreses que ingresaban al antiguo y bonito templo. Allí estaban, dos o tres ancianos muy ancianos, como de noventa o mas, y dos o tres mujeres un poco más jóvenes, un cuarto abuelo era arrastrado en una silla de ruedas por una cincuentona de inconfundible acento paraguayo. Gaspar dije en voz alta sin saber a quien me dirigía. Que quiere dijo el inválido que casi me estaba pisando un pié con la rueda de su inusual vehículo. Señor Gaspar, mucho gusto, le dije, me manda el coleccionista de Parque Rivadavia, el que vende medallas como esta y le mostré la Cruz del Defensor que reinaba oronda en la palma de mi mano derecha. La compró? Si le dije. Y bueno, ella la vendió, yo le dije que no lo haga. ¿Ella? respondí intrigado, ¿quien es ella?, ! repetí. Elsa la mujer de Yacaré Valija. ¿Yacaré qué? contesté casi sonriendo, Yacaré Valija, el Teniente Ermenegildo Frutos mi jefe. De repente, el territorio borró la Iglesia, estábamos en Fortín Nanawa, sin agua y sin municiones, los bolis atacaban en oleadas una y otra vez, chocando contra el cinturón de hierro del Regimiento de Acero, Valois Rivarola. Los proyectiles estallaban por todos lados y mataban tanto como el cólera, la avitaminosis, los mosquitos y su malaria, la sed y el hambre. Allí parado estaba Frutos hablándonos en Guaraní, gritando en castellano, peleando como un león. Y allí estabamos nosotros. De pronto Gaspar volvió a la Iglesia, el territorio era otro y señaló a los otros dos ancianos, y agregó, ellos también estuvieron. Disculpe Gaspar, una pregunta, porque Frutos vendió la medalla o es que murió y lo hizo su viuda, agregué. Frutos no sabe que ella vendió la Cruz del Defensor, porque está ciego y casi sordo, encerrado en es! e viejo departamento de la calle Yerbal, me contestó el ancia! no. Elsa vendió la Cruz para comprar medicamentos, yo le dije que no lo haga, pero lo hizo, seguramente cruzó de la Iglesia a la Plaza un domingo de estos y le entregó la Cruz al coleccionista Y eso es todo. Gaspar comenzó a entrar al templo y antes que lo perdiera entre muchas personas le dije. A la salida lo espero, no me acompañaría a ver a Ermenegildo. Bueno no es mala idea, hace mucho que no lo trato a "Gildo" sabe tiene casi cien años, aunque hasta hace poco estaba entero. La muerte natural de dos de sus hijos aceleró el derrumbe, acotó Gaspar antes de comenzar a cantar "Ven con nosotros a Caminar...Santa María ven... Lo esperé a la salida, se despidió del grupo que lo acompañaba y caminamos por Rivadavia hasta la altura de Emilio Mitre, allí volvimos a doblar y cerca sobre Yerbal estaba la casa un tanto antigua de tres pisos. En la Planta baja vivian Elsa y Gildo. La mujer tendrá unos sesenta y pico, una matrona paraguaya apta para todo servicio,! la segunda o tercera de Ermenegildo que a lo largo de su dilatada vidá vió morir a casi todos sus afectos. En una pared colgado un deteriorado diploma que decía algo así como "Estado Mayor, Coronel Ermenegildo Frutos 1947". Una historia como tantas de guerra, uingratitud y exilio, largo exilio en la Argentina que luego se hizo residencia permanente cuando se desvaneció la dictadura en el Paraguay. Un retrato de un gallardo jóven vestido de Cadete, acompañado de una dama, su madre tal vez?. Elsa saludó a Gaspar y se dijeron algunas palabras en Guaraní. Luego en trabajoso castellano dijo: El Coronel hoy tiene un dia de aquellos, igual le voy a decir que viniste Gaspar. Al rato entró casi arrastrando los pies un hombre alto cetrino arrugado y muy viejo, casi sin pelo, solo unos mechones de cabello blanco adornaban una cabeza noble. Gildo entraba a escena. Sargento dijo el anciano militar, frente a Gaspar, usted por aquí. Mi acompañante se sorprendió qu! e este hombre casi ciego lo reconoció instantáneamente. La v! oz, el o lor de las manos, quien sabe, lo cierto que Gildo se sentó en un viejo y enorme sillón de sala y comenzó a decir muy despacio cosas incomprensibles. -Pobres muchachos, los dejé solos tengo que volver con ellos, tengo que estar en Nanawa. Gaspar interrumpió el monólogo del ciego y le dijo vine con este amigo que sólo quería saludarte, ya me voy nomás. Nos levantamos y pasó algo extraño. Casi sin pensarlo saqué la Cruz del Defensor de mi bolsillo y se la puse a Gildo sobre su regazo. Le dije a Gaspar salgamos rápido. Desde la puerta entreavierta del cuarto contiguo se dejaba oir una melodía ...para atacar o defender "Listo Valois... |
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