: | Cuando uno tiene cinco años, los sucesos le acontecen, y no siempre somos capaces de ponerle nombre y significado a esas situaciones. Es así como, puede ocurrir, que recién treinta años después, (si tenemos la suerte de recordar) se presente algo que nos dé la oportunidad de resignificar nuestro pasado. En torno a esta reflexión, fue que una tarde, se me empezaron a deshilvanar los recuerdos de infancia... entonces vivíamos en un lugar, donde nunca salía el sol. Pero mis padres me cantaban canciones, jugaban conmigo, y conocíamos a mucha, mucha gente. Pero sabía que faltaban personas. Eran como unas bolsas de vacío que se desplazaban entre nosotros, con nombres que yo no conocía; con caras que yo no conocía, pero sí los reconocía. Estaban ahí todo el tiempo, y había que dejarles un lugar como a cualquier otra persona; un l! ugar en la mesa, en los juegos del parque y en la memoria. Eran como ese niño que se había muerto de una enfermedad, y que por más que yo tratara de acordarme de los juegos en que participamos juntos, sólo conseguía extrañarlo sin poder darle forma a su rostro. Era simplemente "algo".
Al escuchar las canciones que me ponían para distraerme, parecía normal escuchar una melancólica canción de Alfonsina, acompañada con el relato infaltable, de su suicidio, y de un interminable murmullo de fantasmas, acontecimientos y sufrimientos ajenos; de aquellos que faltaban. De ellos, la única certeza era que había sufrido mucho, y que sus espacios seguían presentes. Los relatos de los adultos parecían cargados de sentires innombrables, de historias apenas murmuradas que los niños escuchábamos sin comprender.
Pero eran historias que dolían. Sin embargo, ese escalofrío en la espalda; esa pesadez en el pecho, y un líquido amargo en la garganta, no sólo no tenía nombre, sino que formaban parte de esa zona de la cual uno nunca se cuestiona. Simplemente era.
Sin embargo treinta años después, esas melodías ya no parecen tan cotidianas, ni los espacios vacíos tan incomprensibles. Ellos se van llenando poco a poco de la angustia de miles de personas; les dan un nombre y una historia inconclusa. Quizás, esta sea la peor parte, la de no poder darle fin a esos espacios que no se ven, pero que se sienten tan intensamente.
Por lo menos, ahora tienen nombre. Por lo menos, ahora cobran sentido las palabras tortura, asesinato, desaparición... por lo menos, ahora entiendo los sueños cargados de rencor y violencia, y el miedo a que me abrieran la puerta para hacerme "algo". Pro lo menos, ahora sé que también hay canciones infantiles alegres, e historias con un final feliz.
Entonces uno empieza a sospechar que ha vivido angustias ajenas, históricas, solapadas. Y que es posible que muchos no tengan la posibilidad de desnaturalizar esa parte estructural de nuestros sentimientos. Ahora comprendía porqué me habían hecho regresar en el tiempo, hasta esa fecha, y no hasta mis cinco años.
No se trataba de una historia olvidada, no de recuerdos olvidados, sino de situaciones sin nombre. Y el proceso de identificarlos, no había sido posible con una mente infantil de cinco años. Ese era el punto, no se trataba simplemente de revivir situaciones, sino de saber qué era lo vivido.
Afortunadamente, la posibilidad de desplazarse en el tiempo era una importante posibilidad de rehabilitación. Antiguamente, se había inventado este método con el fin de controlar el mundo, pero posteriormente derivó en una técnica médica curativa. Sin embargo, hasta hace poco tiempo, aun no era utilizada masivamente, puesto que la gente no sabía que se sentía mal. En el 2070 ya no quedaban recuerdos de los acontecimientos que nos había marcado tan profundamente. En la mayoría de los casos, gracias a los numerosos intereses personales de los grupos de poder del momento, la historia había quedado encapsulada, junto con los ausentes, que fueron siendo traspasados de generación en generación, en la memoria corporal, con toda su carga de angustia sin nombre. Para el 2080, toda la sociedad estaba enferma, sin saber de qué; sin siquiera darse cuenta de su condición.
Fue entonces, cuando esta nueva técnica médica, me permitió regresar y enterarme de lo ocurrido. Pero el descubrimiento había sido una casualidad, puesto que ingresé a la máquina, buscando otro tipo de información; una que me llevara a la causa de la enfermedad que padecía. Pensaba en una causa biológica, un traslado de microorganismos inter – temporales, quizás, producto de mis múltiples viajes. Es por eso que ahora me preguntaba cuántos más descubrirán sólo por casualidad lo que les ocurrió a sus antepasados, o estará tan enraizado en sus almas, que seguirán sin sentirlo. Esto sería factible, tomando en cuenta que me diferencio de ellos, por haberme paseado en el tiempo, desde los inicios de los experimentos para el uso de la máquina del tiempo. Eso explicaría el hecho de tener una relación más directa con los hechos acontecidos, y no una separación de generaciones. Las preguntas sobran, al igual que en aquella época. Finalmente, parece que siemp! re hemos de convivir con espacios sin nombre. |
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