: | Iba con los ojos cerrados, una mano suave conocida me llevaba por un terreno plano blando. La dueña de la mano me decía: -Todavía no te quites el pañuelo, no hemos llegado. Callaba para no estropear la sorpresa y así poder saborearlo todo con la ingenuidad de un niño chico. Estuvimos andando un buen rato con un tiempo apetecible, brisa suave y un sol agradable sin llegar a quemar. Llegamos a un sitio donde no se escuchaba nada.
- Túmbate.
-Me dijo la voz conocida cariñosamente.
- ¿Dónde? ¿En el suelo? -estaba confundido porque me había dicho que me vistiera en plan arreglado
- En la manta que he puesto en el césped. -volvió a responderme de forma cariñosa. Comencé a bajar lentamente con la ayuda de ella, sin conocimiento de qué me iba a ocurrir cuando estuviera tumbado con el sol deslumbrando el trozo de tela que me cubría los ojos. Empecé a escuchar unos pasos acompañados de susurros encabezados por algunas voces que distinguía aunque se esforzaran en hablar de forma distinta para que no los reconociera. Distinguí a Juan, Victor, Paz... y otros que todavía no reconocía pero me parecían familiares. Tenía algo de miedo, intriga y felicidad. ¿Qué habían organizado estos cabrones? Sentí que dos personas se acercaban a mí. Por el olor ya los reconocí, Maximo Dutti y Ángel Schlesser.
- Enhorabuena mamarracho! -dijo mi padre con el afecto que siempre me había tenido, fuerte pero a la misma vez dócil. - Espero que lo que vas a escuchar lo recuerdes toda tu vida, lo guardes en tu corazón y lo rescates siempre que la debilidad te supere. - Dijo mi madre con su característica pero sólo aparente impasibilidad. Todos los que allí estaban fueron tumbándose conmigo en esa manta. Ninguno me decía su nombre, según me decían eran reglas del juego. Familiares, amigos de siempre, amigos de la infancia... hasta me pareció escuchar la voz de un antiguo profesor que tuve en la escuela. A algunos se les notaba que no estaban del todo a gusto, suponía que era porque creían que no pintaban nada allí. La verdad que todos los que pasaron, me habían aportado algo en algún punto de mi vida.
Me contaban historias, experiencias vividas juntos, anécdotas con las que no podía parar de reír, y otras palabras con las que no podía hacer otra cosa que emocionarme. Parte de mi vida pasó ante mis oidos en un tiempo que no podría determinar, no tenía consciencia de la hora que era. Recordé las gamberradas de pequeño, mi primer beso, el primer hijo de su madre que tuve como jefe, todas las aventuras adolescentes que se empeñaban en contar unos cuantos por más que decía que las dejaran de contar, el primer coche, mi primer amor... todas las historias me hicieron recordar que yo era la suma de todas las experiencias vividas y sin ellas no podía llegar a ser esa persona en la que me había convertido, a base de tropiezos, caídas, recaídas...
Cuando me quité la venda, veía a todas las personas que pasaron por aquella manta en la que seguía sentado, casi todas las reconocía sólo con el habla, otras, mi memoria había olvidado su voz. Muchos hacía años que no los veía, y busco entre ellos la sonrisa cómplice que me había preparado todo eso.
Me quité la venda y tenía esa sonrisa que sólo las lágrimas son capaces de provocar. |
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