: | A Sir Richard Burton le gustaban las novedades, en su casa de Londres guardaba en infinitos estantes de su biblioteca un sin número de recuerdos, testigos mudos de sus fantásticos viajes por el mundo. Entre todos esos raros objetos se destacaba un brillante kalidoscopio. Esa máquina óptica que permitía mirar a travez de un orificio, imágenes en movimiento, como por ejemplo,un puente de la china sobre el cual pasaba un carro tirado por seres humanos, un café de París y entre otras sombras, la escuálida figura de un jóven militar saludando a su imaginario contertulio. De vez en cuando el anciano Burton subía la empinada escalera que llevaba a su biblioteca y ponía en funcionamiento el kalidoscopio, dando rítmicas vueltas a la manivela que permitía girar rápidamente el aparato, haciendo que las figuras cobren vida. Burton se acordaba con nostalgia cuando impresionó al Estado Mayor de la Triple Alianza en el campamento de Tuyutí, haciendo girar la manivela del Kalidoscopio ante el propio Bartolóme Mitre y los Generales Flores y Polidoro. En el orificio del Kalidoscopio se podía ver bailar sensualmente a bailarinas semi desnudas ejecutando una danza sagrada de la misteriosa y lejana Isla de Java. Un día el ayudante del General Mitre el Negro Goyo, esperó a Burton a la salida de un sarao militar y le pidió ver el kalidoscopio. La tropa sabía que el aparato existía, pero no se animaban a pedir al Gringo que mandaba más que los generales, que les mostrara el portento, la novedad de los tiempos modernos que se vivían. Goyo que era un soldado valiente, un sargento leal y un brujo yoruba, se animó a pedirle a Burton que lo deje ver el kalidoscopio. Sir Richard entre extrañado y divertido aceptó el pedido del humilde ordenanza. Se dirigieron a la carpa donde Burton pernoctaba regularmente. Goyo y el Inglés
sentados juntos, comenzaron a girar el kalidoscopio. Mientras sir Richard giraba la manivela, Goyo miraba las figuritas que bailaban en Java y comenzó a recitar una irreproducible letanía en un idioma africano. Sir Richar palideció, conocía ese idioma desde hacía diez años, cuando había intentado encontrar las Montañas de la Luna en Africa y conocer las misteriosas fuentes del río Nilo. Goyo en estado de poseción, estaba rezando a sus dioses y pidiendo que las almas de sus camaradas, que habían partido de este mundo durante la batalla de Curupayti, volvieran y se mostraran cuando giraba el kalidoscopio. Unos días despues junto a la carpa de Burton se juntó una multitud de soldados que pedían ver el kalidoscopio. Burton y Goyo pusieron el aparato sobre una mesa y cada soldado podría despedirse de sus camaradas muertos, pedirles que saluden a sus difuntos familiares o simplemente curiosear. Burton miraba el aparato y no veía nada, pero los pobres negros y criollos del campamento juraban que veían a sus amigos, saludar y hablarles en el dulce idioma guaraní, o en el gutural yoruba. Burton comenzó a inquietarse cuando el Mayor Mansilla enterado del portento le pidió mirar por el aujerito. Lucio palideció cuando vió la inconfundible figura de su tía Encarnación Escurra, saludándolo y pidéndole al díscolo sobrino que se cuide y no se deje matar. Cuando Sir Richard volvió a Buenos Aires en su segundo viaje camino a la Guerra del Paraguay, tres años después de su primera experiencia en el teatro de guerra, Mitre había vuelto de la contienda paraguaya y terminado su mandato. El nuevo presidente Domingo Sarmiento, un enamorado de las novedades y un lector secreto de ocultismo, enterado del objeto que tenía Burton, le pidió que se vean en una reunión secreta. Un viernes de diciembre de 1869 en la vieja sede de la Masonería argentina, de la calle 25 de Mayo, se reunieron tres "hermanos": Sarmiento, Burton y Mansilla. Sobre una mesa se colocó el Kalidoscopio. El negro Goyo, convertido en cochero del presidente, guardaba celosamente la puerta exterior del templo, para que no pasa nadie. Un capitán de Policía custodiaba discretamente los pasos perdidos. Burton comenzó a mover la manivela del Kalidoscopio, lentamente, luego rápidamente y Sarmiento ancioso comenzó a ver paisajes, bailarinas sagradas de Java y de pronto la inconfundible figura militar de su jóven hijo Dominguito. Quien le dijo, -me abandonaste papá. El presidente comenzó a llorar; sus lagrimas semejaban un torrente; Lucio Mansilla intentó calmarlo, Sarmiento lo apartó bruscamente de su lado, Burton seguía dando vuelta la manivela, hasta que el aparato se puso rojo y las figuras se quemaron. Solo quedaron tres de ellas petrificadas en el interior del aparato, como tres daguerrotipos, una bailarina sagrada de Java, un bucólico paisaje del Sena y la figura de un capitán eternamente jóven, preguntando angustiado, porque su padre lo había abandonado.- |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario