: | Cuando mis hijos eran pequeños trajimos una gatita a casa. Era una gata atorranta que encontramos en el Cementerio de Flores. Cuando la hallamos, mi hija Marina preguntó si era nena o varón. Es nena, le respondí, y sin mayores consideraciones fue llamada de allí en mas "la Nena". Nuestra intensión era castrarla pero, antes de que llegara el tiempo establecido por el veterinario para realizar la operación, quedó preñada.
El veterinario nos ofreció castrarla de todas maneras, pero nos dolía destruir la vida que ya llevaba en sus entrañas y decidimos que debía tener sus gatitos. Por otra parte, con mi marido, pensamos que presenciar el milagro de la gestación y el nacimiento sería una experiencia educativa para los chicos.
Finalmente la gata dio a luz. Fue Martín, mi hijo menor, el que descubrió el acontecimiento. Vino corriendo muy excitado a decirnos que escuchaba maullidos "de gatos bebé" y efectivamente, en un rincón, detrás de unas cajas de sidra sobrantes de las fiestas encontramos a la Nena y su cría: cuatro her-mosos gatitos, dos machos de color blanco y negro y dos hembras blancas con manchitas grises.
La familia felina fue trasladada al moisés que había pertenecido a mis hijos y todos contemplamos emocionados como la Nena les prodigaba toda clase de cuidados: los lamía, los amamantaba y no se separaba de ellos salvo para comer y hacer sus necesidades.
Los gatitos continuaron creciendo muy sanos y gordos. Desde que abrieron los ojos y adquirieron un poco más de movilidad se pudo advertir que uno de los machitos era el "dominante". Era más grande, quizás porque se las ingeniaba para vaciar su mama y luego desplazaba a otro de sus hermanos de la suya para seguir comiendo. También era él mas inquieto, fue el primero en asomarse al moisés y des-cubrir que el mundo continuaba más allá de los confines de su hogar de mimbre. Desde entonces no cesó en sus intentos por salir. Trepaba una y otra vez, hasta que finalmente lo logró.
Su recién adquirida libertad no duraría mucho. Cuando la gata volvió y lo vio fuera del moisés, se mostró visiblemente alterada. Le gruñó, lo tomó por el cuello con su boca y lo sacudió en el aire, luego lo llevó nuevamente a la canasta y lanzó unos severos gruñidos de advertencia al resto de la camada que observaba asombrada los acontecimientos. La Nena acababa de dejar bien en claro cuales eran los límites y que no permitiría que fueran traspasados.
Los gatitos parecían haber aprendido la lección, no volvieron a intentar salir y la paz reino nuevamente en el hogar felino. Pero el status quo no se mantendría por mucho tiempo. Días después, cuando la gata se ausentó, el mismo machito volvió a salir de su confinamiento y esta vez todos sus hermanitos lo siguieron.
Cuando la madre volvió encontró a toda su cría deambulando por la habitación. Se la veía desesperada, corría detrás de su prole tratando de llevarla nuevamente a la canasta. Pero mientras ponía a uno en su lugar, otro escapaba nuevamente.
Entonces pareció desistir de sus intentos por restablecer el antiguo orden. Luego de un momento de aparente calma, modificó su comportamiento. Comenzó a caminar en círculos en la habitación y finalmente se paró frente a la puerta decidida a reprender severamente al que intentara salir. Acababa de establecer un nuevo límite, que a su debido tiempo también sería transgredido. Entonces repetiría su comportamiento restrictivo imponiendo nuevos límites pero cada vez más amplios.
Pasaron las semanas y cuando todos los gatitos encontraron la puerta de salida al jardín la gata no reaccionó, para entonces eran bastante grandes y creo que consideraba su tarea educativa finalizada.
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¡Que paradoja! Decidimos que la experiencia de alojar una gata y su cría sería buena para nuestros hijos, pero en realidad fuimos los padres los que aprendimos de esa gata sabia. Como todos nos planteamos en su momento si era correcto ponerles límites a los hijos, creo que la experiencia con esa gata nos demostró que son naturales y producto del amor, aunque conservarlos es trabajoso. Pero también aprendimos que los chicos crecen, los límites se tornan estrechos y hay que permitirles explorar nuevos horizontes aunque nos produzca miedo. La evaluación de la conveniencia de ampliar los límites es quizá lo más difícil de determinar, porque conlleva un juicio valorativo de su madurez. Pero un buen indicio es quizá la reiterada transgresión de los mismos. Entonces generalmente sentimos que nuestra autoridad se desmorona y la lucha por conservarla nos agota. Puestos en ese predicamento to-dos pensamos que sería mejor dejarlos hacer lo que quieran, pero creo que existe otra alternativa: negociar nuevos límites.
Mis hijos ya hace un tiempo descubrieron la puerta de salida y yo me sentí feliz de dejarlos ir, porque todo un mundo de experiencias gratificantes y felices los aguarda, también vicisitudes, contratiempos y más de un dolor, pero para eso los educamos: para que vivan. Y sólo se puede vivir plena-mente cuando se tiene total libertad. Por otra parte, es muy agradable ver que, eximidos de toda obli-gación, sienten la necesidad de volver a su hogar, al pequeño mundo de su infancia, por el sólo placer de experimentar por un rato su añorada calidez. |
La Libertad es la soberanía absoluta de la Voluntad Interna, la Voluntad del Inmortal Regente Interno, el Verbo Divino hecho carne, a quien llamamos Hombre. La libertad completa e irrevocable es el premio de larga evolución; es la posesión del hombre hecho perfecto en quien rige el Dios interno sin rival y absoluto. Alcanzaremos tal libertad a medida que sometamos el cuerpo, las emociones y la mente, gozosamente al Espíritu, quien es nuestro verdadero SER, porque entonces nuestra voluntad será una faceta de la divina, y en virtud de tal unidad, moraremos en la Paz y así hacia la eternidad.
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