Cuento: |
Nebulosas de tabaco
Entre contornos de oscuridades y olores tétricos de tanto humo de cigarrillos, vociferaban murmullos de hombres que le pedían a las meseras del cabaret otra ronda de vodkas, mientras las aprisionaban con sus brazos en las estrechas cinturas y ellas les sonreían con falsedad. De esa misma manera fue como esbocé alegría y comodidad hipócrita, como un inútil intento para acoplarme a las amistades de mi primo. Ignoraba totalmente todo lo referente a los juegos de azar, puesto que mi billetera no solía cargar mucho que digamos. Era preciso decir que mi salario de dos meses estaba reunido en el centro de la mesa, y veía los billetes verdes como si estuviese dispuesto a tomarlos y acariciarlos como lo hace un fanático religioso con una efigie inverosímil. Al primo le llovía sobre mojado, estaba echando por la borda el poco dinero que tenía. Sentí lástima por él cuando no tenía nada de nada. Justo en ese momento llegó un hombre calvo de cándido mostacho, postura anacrónica y temblorosas manos, de la que utilizó una sola para saludarnos a todos con un típico y predecible good evening.
- - Préstame tus diez dólares y vas a ver como recupero lo que perdí hace tres meses- me dijo mi primo.
Me costaba trabajo negarme a las personas, mas aun cuando estas tenían parentesco conmigo. Revisé mi vieja billetera y, al levantar la vista, miré a una mujer de cabellos largos y dorados, ojos del color de la miel y un cuerpo escultural que me estremeció de inmediato. No me di cuenta cuando mi decena de dólares estaba en la mesa, lista para añadirse a otro juego, a otra indudable victoria de otro tipo que desconocía. Ella tomó asiento al lado del longevo hombre y con indiferencia le tomó por el brazo. Sus movimientos felinos y su porte de gala me intimidaban, por encima de cualquiera de los hombres ineptos que ganaban y ganaban. La mujer encendió un cigarrillo y, como ella estaba enfrente de mí, inhalé todo el humo caliente que emergía de su boca añorada. Vestía del matiz de los cerezos frescos. La buscaba frecuentemente entre las nubes de ceniza de su autoría y, cuando sus ojos se atravesaban con los míos, agachaba la mirada y me decía estúpido a mi mismo al sucumbir, sin reparo, al placer que ella creaba al entrar por mis pupilas. Ella adivinaba lo que rondaba por mi mente y me miró jugando con lentitud y suavidad sus pobladas cejas. El fulgor de sus ojos crecía y crecía, yo fulminaba.
La fortuna le sonrió a mi primo una y otra vez, aprovechándose de la embriaguez del veterano de fino atuendo.
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- De aquí, para arriba.- me murmuró contento, apuntando hacia el techo.
Las camareras, al percibir el imparable éxito de mi pariente, se le acercaron para sentarse en sus piernas y le acompañaron en sus gritos de dicha, gritos que le desgarraron la garganta. La rubia no me apartaba la vista tras otro par de cigarrillos y movía tranquilamente una copa con rastros de vino. Imaginaba que nombre podía tener aquel suspiro divino convertido en mujer, así que para calmar tanta duda y angustia, saqué mi bolígrafo, tomé una servilleta y, justamente cuando terminaba de dibujar un signo de interrogación, sentí como su pierna diestra recorría la mía varias veces de arriba hacia abajo tan provocativa y solemnemente. Aprecié su piel lisa y tensa, de los dos nacía un ligero sudor glacial. Me apresuré a entregarle la servilleta que con tinta lóbrega decía: ¿Cuál es tu nombre? Y por un momento me arrepentí de hacer aquella pregunta infantil, un cuestionamiento propio cuando se apetece conocer la designación misteriosa de algún futuro amigo o a quien se le atribuye una infinidad de virtudes para considerarla como el primer amor.
Sin quitarme los ojos de encima, sus labios manifestaron una sensual sonrisa, arrugó la servilleta hasta convertirla en una esfera albina y la arrojó al piso. Tomó el cenicero y lo que de él emanaba quedó esparcido muy cerca de su lado de la mesa y con su dedo índice escribió: Eso no importa. El veterano dormía. Mi primo me sacudió el hombro en señal de victoria mientras los otros se morían de cansancio. Se levantó y se encaminó con dos mujeres hacia el fondo del cabaret, donde se vislumbraban varias puertas marrones, así hasta perderse en las nebulosas grises del tabaco. Miré hacia su asiento y ahí reposaba su billetera, la cual tomé para mirar dentro de ella mis salarios de siete meses. Ella se puso de pie, cogió su abrigo y la botella de whiskey a medio litro de terminar. Entonces mis oídos fueron expectantes de un encantador susurro, de su voluptuosa voz por primera vez.
- - Vámonos, mi boca y lo que te cuelga entre las piernas tienen mucho de que hablar.- dijo.
No logro precisar las palabras exactas para describir aquel estremecimiento genuino que me heló el corazón, pero pude comprender que las mujeres y el alcohol mataban lentamente, pero no importaba, no tenía prisa.
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Excelente relato, sólo faltó una tilde, de resto es una muy interesante obra. Felicidades.
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