Cuento: |
Yggdrasil, bautizado así en honor a un héroe de sus antepasados, estaba acorralado en aquel acantilado, el frío mordiendo su piel y quebrando el metal de sus hachas. La mirada fija en su presa y su cazador a un tiempo. El corazón tocaba en su interior músicas de guerra de tiempos pasados y sangre venidera, semejante a los de cien tambores. De sus batallas aprendió que la gloria no solo la dan los filos, sino las letras, el cantar de voces que escriben en el viento frases de gloria a un héroe, a una hazaña. Palabras escritas con sangre, con oro y con valor. Ahora tenía al destino sosteniéndole la mirada con dos ojos nacidos en el más intenso ámbar y en la cólera que los dioses reflejan hacia los mortales. Aquel lobo de dimensiones imposibles, sudaba sangre igual que él. Los mordiscos y tajos de ambos se mezclaron en un arco iris de saña y furia que llevó su confrontación hasta lo más alto de aquella montaña de hielo, hasta aquel acantilado que exigía sacrificios. Sus dos hachas: Tyr y Vidar, como antaño las nombrara su bisabuelo en honor a sus creencias, vibraban en sus manos rugiendo en pos del combate. Su armadura casi había fenecido tras aquella amalgama de ataques, desgarros, esquivas y cargas. Portaba una armadura de escamas turquesa que lo asemejaban a un dios del mar y las tormentas, y un casco, lo único que permanecía intacto, que cubría su rostro hasta el comienzo de aquellas barbas rubias trenzadas que caían como cascadas de agua por su pecho ya desnudo y sangrante. Aquel casco siempre fue la envidia de su aldea. Desde la zona que protegía la nariz hasta la nuca, una figura semejante a una valkiria, forjada en acero y oro, sostenía triunfante dos espadas curvas que hacían las veces de cuernos vikingos. Respiraba cansado, fatigado, los músculos tensos en una postura crítica de clara amenaza.
Geri, aquella voraz criatura, contemplaba complacido a su oponente, un humano que se había opuesto a la naturaleza plantando cara y dificultad a uno de los guardianes del mismísimo Odín. La euforia lo embargaba por tamaño combate y entre sus jadeos, sus titánicos colmillos parecían mostrar una sonrisa de placer. Hasta ahora, ningún mortal supuso amenaza alguna. Se sentía insultado a la par que enriquecido. Insultado pues un casco de factura cercana a lo divino se mantenía firme y brillando al sol, creando estelas cegadoras mediante danzas de guerra. Y aún más enriquecido por recibir el obsequio de los grandes, una de esas batallas que elevan a sus actores al nivel de la poesía épica y los grandes cantares. Se había ganado el puesto de estrella en el firmamento junto a su hermano Freki el codicioso, y aún no había cerrado el combate. La batalla que fuera pactada en el claro de un bosque helado en honor a los caídos de ambos bandos, dejó un rastro de rabia y pinceladas de hierro, hueso y escarlata por ríos, árboles y rocas hasta llevar a sus contendientes a lo alto del acantilado. Como muestra de honor entre guerreros, Geri tuvo el detalle de hablar directamente a la mente de Yggdrasil.
» Aquí estamos, Yggdrasil, hijo de Einar, cruzando filos, adorando a la guerra y dando verdadero significado al término berserker. ¿Entiendes mis palabras, guerrero? Porque si las sientes es que tu condición de mortal quedó atrás en algún momento de este lance.
- Yo las escucho, Geri, hermano de Freki, guardianes de Odín, mis hachas las interpretan – A esta frase la siguieron dos sonrisas que se cruzaron en la nieve.
Al momento, un primer copo de hielo rozó a Vidar, que voló buscando fiera el rostro del imponente lobo. Geri, en un instintivo movimiento, la desvió con su majestuosa garra, capaz de rasgar los cielos y la tierra. Vidar fue a parar a los brazos de un gran árbol que emergía desde el borde del acantilado. Dejado llevar por el viento, Yggdrasil salió disparado hacia su oponente, que lo encaraba sorprendido por la velocidad de sus movimientos. Yggdrasil saltó a pocos metros de Geri, enarbolando a Tyr sobre su cabeza e imprimiendo a su brazo una fuerza de la que no era consciente. Pero, por cuestión de fracciones de segundo, pareció olvidar a quién se enfrentaba. A poco de descargar el cruento golpe contra el cráneo del gargantuesco lobo, éste cargó feroz arremetiendo y dejando a Yggdrasil entre sus fauces, que ahora luchaba para impedir que la mandíbula de Geri se cerrara sentenciadora sobre él. Con la siniestra, hacia toda la fuerza de la que fue capaz mientras con las piernas procuraba separar la gigantesca quijada. La Acometida de la bestia y la lucha por zafarse el uno del otro, los llevó a parar cerca de un muro alejado del borde del precipicio. Yggdrasil, que sentía la baba mezclada con la sangre del lobo bañar lo que quedaba de su armadura y sus músculos, percibió el cansancio en el ácido aliento del monstruo.
» ¿Eres consciente, humano, de que esta batalla no se puede ganar o perder? – Comenzó Geri mientras hacía fuerza por cerrar su mandíbula en torno a Yggdrasil – Simplemente, trascenderemos.
- Bueno, – añadió Yggdrasil entre esfuerzos desmedidos por preservar la vida – no sé tú, pero a mi me esperan siete vírgenes, todas para mi, allá en el Valhalla. Así que si salgo victorioso, el sexo tendrá que esperar para dar paso a la gloria de los héroes. Pero si perezco, si perezco amigo mío, qué bien me lo voy a pasar. Así que no me queda otra que darte la razón, por mucho que me duela.
En un último arranque de potencia, Yggdrasil abrió un poco más la mandíbula de la bestia y, con su bota izquierda sobre un colmillo roto de Geri, giró sobre sí mismo y, creando un círculo perfecto, dejó a Tyr disfrutar al bañar en dolor y sangre las comisuras de la boca del gigantesco lobo. Éste se apartó súbitamente rugiendo por la agonía. Bien visto, ahora podría albergar presas más grandes en sus fauces, pensó divertido Yggdrasil mientras recuperaba el aliento y parte de las pocas fuerzas que le quedaban. Geri retrocedió varios pasos, aquejándose de un dolor que pasaría factura más en su ego que a su físico.
- Dime, Geri, hermano de Freki, ¿lo dejamos en tablas? – Y sonrió. Sonrió sabiendo que ahora llegaría el cruce final de armas.
El destino se moría por desvelar el último capítulo de la historia. No habría preámbulos ni notas apartes. No quedarían frases sin acabar pues, ninguno pensaba capitular. Entonces, en un gesto que bien pudiera haber sido grabado en el tiempo como ejemplo de total soberbia, Yggdrasil se deshizo del casco y lo dejó reposar sobre un tocón de un árbol. Pero claro, para los verdaderos guerreros, contemplar el rostro en entero de tu mayor oponente, no era sino un honor en batalla, y el duelo había demostrado equilibrio. Geri, el pecho henchido, su rostro satisfecho, devolvió a Yggdrasil la sonrisa.
- ¿O quizás el sarcasmo de mi hacha no te dejó buen sabor de boca?
La frase dio paso a una tremebunda carga que hizo temblar la tierra que pisaban. Geri trotaba furioso dejado llevar por la rabia y el desenfreno de aquel final de gesta. Yggdrasil, que sabía que ni el mismísimo Thor aplacaría una carga tal, corrió en dirección al árbol que adornaba el acantilado, la vista fija en Vidar. Sabían que caerían, sabían que no habría más glorioso punto y final que aquella caída a los cielos. No los esperaba el suelo, los esperaba el abrazo de la gloria. La gloria de los gigantes. Y así, cuando sólo un metro separaba los colmillos envilecidos de Geri de la espalda ya desnuda de Yggdrasil, éste dio sus últimos pasos sobre el tronco del árbol como un felino embravecido y, arrancando de la piel del árbol a Vidar, giró en el aire, esquivando el mordisco de la bestia y descargando un doble tajo mortal que unió costillas que hasta hace poco se saludaban a lo lejos. Y luego a esto, la caída. Una eterna caída que creó en el vacío una línea perfecta de muerte y carmesí que el tiempo jamás olvidaría.
* * *
El agua corría allá abajo en el final de la cascada, mostrando un lienzo de ribetes rojos que describían lenguas de odio infinito. Sobre el lomo inerte de una bestia de pelaje negro como el carbón, el cuerpo de un guerrero despertaba de un Valhalla soñado entre tos de sangre y dolor de músculos y huesos. Miró a ambos lados casi sin fuerzas para doblar la cabeza y contempló, aún sonriente, dos hachas que disfrutaban de un festín de carroña de dioses. Sólo el bosque escuchó sus palabras.
- Me quedé sin sexo. Mis vírgenes tendrán que esperar.
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