La maleta de Alexander se estaba convirtiendo en un caos, la ropa entraba precipitadamente a la vez que sobre salia por sus cuatro costados.
-¿Es que piensas marcharte?..
Alexander paró en seco. Despacio levantó la cabeza y la vió reflejada en el espejo que colgaba frente a él. Estaba echada sobre el quicio de la puerta con los brazos cruzados. Una leve y fría sonrisa marcaba sus labios. Se la quedo mirando , su imagen se clavo en el espejo. ¿Cuando empezó a desconocerla, a sentir pánico al estar cerca de ella?
Habían pasado dos años desde que se conocieron.
-Perdone ¿lo va a comprar?
Ella pareció salir de un letargo al escuchar al caballero que le había hecho la pregunta. Se le quedo mirando, casi escrutando su interior, con la misma intensidad con la que había estado mirando el objeto que estaba contenido en una especie de urna cuyo cristal estaba labrado con pentáculos de diferentes tamaños. El objeto era una tablilla de escritura cuneiforme tallada en arcilla procedente de Mesopotamia.
Alexander era un enamorado de las antigüedades y gracias a la información de algunos amigos había ido a parar a Erbil la mayor de las ciudades del kurdistan iraquí.
-Perdón - dijo ella - no, no voy a comprarlo - y se alejó despacio como si quisiese que la retuviera.
Alexander habló con el anticuario para que envolviese bien la pieza y mas tarde volver a por ella, ya que pesaba mucho y su intención mas inmediata era alcanzar a la joven. Le pagó y salió de la tienda.. La pieza de arte , antigua y misteriosa, nunca había salido de allí, y nunca lo haría.
No tuvo que hacer ningún esfuerzo para llegar hasta ella, parecía como si lo estuviese esperando. Estaba tan solo a unos metros , mirando un escaparate, y al observarla, se preguntó que haría una criatura tan frágil y tan hermosa sola en esa ciudad no exenta de peligros. Al llegar a su altura , le sonrió.
-¿Me preguntaba si aceptaría tomar conmigo una taza de Shay ( te negro de intenso sabor). Me llamo Alexander.
Ella pareció sonreír levemente aceptando la invitación.
-Mi nombre es leya,.
Se encaminaron a una terraza de la ciudad y pasaron el resto de la jornada hablando de sus vidas y de porque estaban allí. Él vivía en Portugal, era arquitecto y su mayor afición eran las antigüedades. Ella se encontraba realizando un viaje de placer. A la tienda entró para curiosear, pues se había instalado hacía poco en Milan al recibir en herencia una casa , y buscaba con que decorarla. Que fácil fue creela...
Al poco tiempo estaba enamorado de leyva . Como la nueva casa de ella necesitaba algunas remodelaciones, le pidió que viviesen juntos con la excusa de ayudarla y conocerse mejor para empezar una relación. Él no lo dudó, y tras poner en orden algunos asuntos laborales viajó a Milan. Al llegar a la dirección que tenía en el papel, paró el coche y se quedó mirando la casa, ¿o era la casa quien lo miraba a él?. Si alguien tuviese alguna duda sobre los orígenes celtas de Milán, tan solo tendría que observar la construcción increíblemente enigmática.que tenía ante sus ojos.
Leyva salió a recibirlo sin prisa, envuelta en una desbordante magia. Se abrazaron y le invitó a entrar. En el mismo instante en que cruzó el umbral, Alexnder sintió una especie de angustia, un escalofrío, y aunque pareciese una locura , creyó oír un susurro que fue interrumpido por un beso largo y profundo que Leyva le regaló.
Al poco ya estaba instalado y al tanto de todo lo que tenía que ser arreglado: el suelo, alguna puerta, armarios, baldosas en la cocina... En general la casa estaba en buenas condiciones, salvo alguna cosa descuidada o algún capricho que Leyva había tenido. Todo parecía perfecto, se sentía como en su propia casa, no había vuelto a percibir nada raro como el día que llegó. Cada vez que Alexander le había preguntado acerca de su pasado, ella siempre le respondía con evasivas , nunca nada coherente, se las ingeniaba para aturdirle con sus encantos hasta el punto de no pensar en nada mas. Con el tiempo, se acostumbró a verla en casa cuando venia de trabajar. Siempre estaba en casa. Un día la llamó desde una obra que estaba supervisando para decirle que se retrasaría y que cenase cuando quisiese. Ella no mostró contrariedad, pareció alegrarse. Al colgar el teléfono decidió irse a casa, no le había gustado la actitud de Leyva. Cuando se iba acercando, instintivamente paró el coche antes de llegar. Lo aparcó y caminó mientras una creciente sensación de miedo le fue invadiendo. Al llegar a la puerta su mano temblaba. La abrió y un gélido viento le cubrió por completo. Quiso continuar pero algo se lo impedía, algo mucho mas fuerte que él. Arriba se escuchaban unas carcajadas inhumanas, de varias personas...o cosas. Alexander cayó al suelo y las risas cesaron de pronto. Desde donde estaba tumbado pudo ver como Leyva bajaba las escaleras, con el semblante oscuro y desafiante. Bajaba sin prisa, acariciando la barandilla, y al llegar a la altura de su cabeza pensó por un momento que iba a pisotearla. Se le quedo mirando.
-¿Has resbalado?, hoy enceré el suelo..¿te has hecho daño?.
No pudo responder, la vista se le nubló y dejó de pensar, de sentir.
Cuando despertó estaba en la cama. Intentó recordar que había pasado, y se estremeció al escuchar otra vez esas horrible carcajadas. Leyva entró en la habitación, se sentó a su lado y le acarició la mejilla.
-¿Estas mejor cielo? - la dulzura había vuelto a su semblante, pero su caricia era fría como el mármol.
-Si, que caída mas tonta, ¿verdad?. Seguro que estabas durmiendo y te desperté.
-No te preocupes, estaba leyendo. Ttienes que descansar y si notas algo llamaremos al medico.
-No, de verdad , estoy bien . ¿Qué hora es?
-Las cuatro, vamos a dormir.
¿Porqué si era tan tarde cuando se despertó ella no estaba en la cama junto a él?. Leyva se acostó, le deseó buenas noches y se dió la vuelta, Él se la quedo mirando, su cabello parecía mas corto, su espalda se arqueaba en una quietud fantasmal. ¿Quien era esa mujer?.
Siguieron sucediendo cosas extrañas, A veces era como si el viento se hubiese instalado en la casa. Las atroces risas se escuchaban cada vez con mas frecuencia, pero nunca lograba ver a nadie, solo aparecía ella ante sus ojos, cada vez mas fría, mas vaciá. Su aspecto cambiaba día a día. Ya no era la joven fresca y llena de vida que había conocido, seguía siendo hermosa, pero sus ojos estaban llenos de una negrura de ultratumba y cuando sonreía la maldad aparecía en su cara. Él no podía hacer nada, no tenia fuerzas ni tan siquiera para dirigirle la palabra, se limitaba a vagar por la casa, sin apetito, con un miedo atroz inundando cada fibra de su ser. Las noches se llenaban de alaridos y golpes. Creyó volverse loco, o ya lo estaba. Una de esas noches llena de pesadillas tan reales como el miedo que sentía, bajó a la cocina en busca de un vaso de agua. Cuando iba a beber entró Leyva, desnuda, el pelo alborotado. Su cara no tenia expresión, los ojos volvían a estar vacíos. Creyó oírla reír, pero sus labios no se movían. El vaso cayó al suelo y llevándose las manos a la cara, Alexander gritó.
-¿Quien eres?...¡¡ ¿Quien eres? !!
No podía abrir los ojos, el pánico se los había sellado. Empezó a sollozar y de repente notó algo pegajoso como si una lengua larga y rasposa lamiese su cara. Un sonoro aliento le recorrió el cuello.
-¡¡¡¡Nooooooooo!!! - gritó casi al borde de su propia muerte, abriendo los ojos llenos de lagrimas de terror.. No había nadie. Miró en todas direcciones y lo único que vió fue el vaso estrellado contra el suelo. En un intento por sobrevivir corrió escaleras arriba, hacia la habitación. Sacó la maleta y comenzó a meter ropa sin darse cuenta de lo que hacía.
-¿Es que piensas marcharte?.
Habían pasado dos largos años. Cerró la maleta y salió de la habitación. Al cruzar la puerta ella se rió como solo la maldad puede hacerlo. Bajó las escaleras estrepitosamente, llego a la puerta de entrada pero esta no se abrió. Lo intento varias veces sin conseguirlo.
-¿De verdad piensas que vas a salir de aquí?.
Aquella horrible carcajada fue inundándolo todo. Temblado y lleno de desesperación , Alexander se volvió hacia ella. un alarido de terror salio de su garganta. La maleta cayó de sus manos mientras él se derrumbaba de rodillas.
Fuera lucía un sol esplendido. Los vecinos seguían su rutina habitual, los niños jugaban por los alrededores y la vida seguía su curso sin que nadie pareciese escuchar los terroríficos gritos que salían de la casa ,la cual empezaba a desaparecer sin que nadie se percatara de ello...como si nunca hubiese estado allí.
|
"Muerto el perro, muerta la rabia", total! bien se sabe que: "a rey muerto, rey puesto".
ResponderBorrarEste es el caso.