Juan tiene 55 años, el pelo canoso con rulos, un aspecto desordenado, los dientes chuecos y amarillos, la nariz colorada y cara de chiste. Siempre anda con un traje marrón muy gastado en los codos y con algunas manchas que parecen no importarle. Sus camisas tienen el cuello roído y por las mañanas llega con una corbata, que había heredado de su padre y que alguna vez fue fina, pero se la saca todos los días a las nueve de la mañana en punto porque se siente más cómodo sin ella. Una vez el juez, que es su jefe, le llamó la atención, pero Juan le dijo que incluso un ministro había hablado por la tele explicando que no usar corbata podía significar un importante ahorro de energía para el país. El juez se tomó con humor la explicación de Juan y no hizo más comentarios.
Juan había estudiado derecho en la Universidad de Valparaíso, pero sólo llegó hasta tercer año, o casi, porque no pasó todos los ramos de dicho curso. Siempre dijo que por motivos económicos tuvo que abandonar la carrera, porque era hijo único y su madre vieja, enferma y un poco loca no podía trabajar y alguien tenía que cuidarla y que parar la olla. Si bien la versión de Juan es cierta, éste tampoco era un alumno muy destacado y había pasado varios ramos gracias a la copia, y abandonar los estudios significó para él un gran alivio porque no soportaba memorizar artículos y sentía, con gran convicción, que el derecho era para los tontos. Gracias a un antiguo compañero de Universidad, que actualmente hace negocios sucios con el alcalde, Juan hoy trabaja en un Juzgado de Policía Local con un sueldo que le permite vivir modestamente, considerando que no paga arriendo, porque su vieja madre es propietaria de su casa en el Cerro Cordillera.
El ambiente de trabajo es amistoso, pero deprimente. La pintura beige de las paredes está vieja y gastada, lo mismo pasa con la café de los marcos de las ventanas y las puertas. Todo el tiempo, pero especialmente después de las 11 de la mañana, se siente un fuerte olor a papa frita que viene de un vecino negocio de comida rápida cuya especialidad son los sopaipletos.
En el tribunal trabajan 7 personas más: la señora Ana que es la secretaria del tribunal y que tiene 60 años, otra señora de la misma edad, Segundo Rolando que tiene 20 y es una especie de Jr., el juez que tiene 65, don Carlos que es el mayor y nadie sabe lo que hace y Victoria, una muchacha morena de 30 que actualmente estudia Derecho en horario vespertino en una Universidad privada de la zona. Victoria es voluptuosa y algo tímida, sueña con poder titularse luego y tener una vida mucho más cómoda. No comparte más que lo estrictamente necesario con sus compañeros de trabajo.
Juan hace años que satisface sus necesidades sexuales con las chiquillas de los cafés con piernas que por poca plata aceptan acostarse con Juan o a veces ni acostarse y el acto amoroso lo consuman rápidamente en una especia de sillón en una salita privada que tienen esos cafés. Juan se siente contento porque el sexo con estas chiquillas no lo compromete mayormente e incluso ha llegado a tener cierta amistad con sus más habituales compañeras. Sin embargo, la llegada de Victoria no pasó desapercibida para Juan, y sintió por ella, como nunca antes, una atracción adolescente. Rápidamente todos en el Juzgado se dieron cuenta del amor de Juan por Victoria y, sabiendo que era un amor condenado a no llegar nunca a ser correspondido y aprovechándose del buen carácter de Juan, se burlan abiertamente de sus nobles sentimientos. Segundo Rolando es el mejor amigo de Juan en el trabajo y es también quien más lo molesta. Ambos a veces se escapan para ir al teletrack a apostar a algún caballo dateado, pero generalmente los datos no son buenos y pierden la plata, que no es mucha. Los dos sacan la vuelta cuando pueden y aprovechan de reírse de las cosas curiosas que siempre pasan en los tribunales. Una vez mientras conversaban, se dieron cuenta de que el juez también miraba con deseo a Victoria. Se miraron con complicidad, sonrieron y Segundo Rolando le dijo en broma a Juan
-no te pongai celoso weón, que es el jefe. En todo caso si este loco se caga a la señora no se la va a cagar acá porque no es na de weón, sabe perfectamente que hay que cagar lo más lejos de donde se come- después de una pausa, y con cierta malicia agregó –y por qué no la invitai a salir, yo creo que en una de esas te salta la liebre.
-weón, ya la he invitado varias veces, pero no me pesca ni en bajada.
-en cambio cuando llegan los abogados jóvenes, puta que se pone cocoroca la weoncita… son todas las minas maracas al fin de cuentas
-no te pongai weón con mi Victorita- bromea Juan.
En eso se acercó la Sra. Ana, que como secretaria del tribunal es la que manda de verdad y Juan rápidamente cambió de tema.
-entonces Segundo, te encargo el exhorto, ok?
Esta señora recurrentemente hace las veces de jueza porque el juez sale dos o tres veces al día a tomarse un café o a visitar a algún ex compañero y luego llega sólo a firmar las sentencias.
Victoria tiene un escritorio viejo y metálico en una oficina grande y compartida. Juan, caballerosamente, le lleva dulces Ambrosoli y ella suele agradecer el gesto con amabilidad, pero sin siquiera sonreír. Una tarde que estaba ella sola en la oficina Juan aprovechó para invitarla al cine.
-Oiga Victorita, tengo dos entradas para el teatro mañana, dan una película española que parece que está buena.
-mañana no puedo, tengo que irme a Santiago
-ah bueno, será pa la próxima- respondió resignadamente Juan
Cada vez que Victoria lo rechazaba, Juan le contaba a Segundo Rolando quien se burlaba de su amigo, pero lo animaba a seguir.
-Vas por buen camino Juanito
-Te gusta agarrarme pal hueveo weón
-No weón, en serio que si sigues así, tarde o temprano va a caer. Mira, mi padre que es un sabio siempre me decía: el perro no culea por lindo, culea por insistente.
Juan se ríe a carcajadas
-Buena, tu padre sí que sabe… y además se nota que es un gran observador de la naturaleza.
Victoria cansada de las invitaciones de Juan no puede ser cortante por el tono respetuoso de éste.
Una vez Juan escuchó que Victoria, su Victoria, salía con un abogado que tramitaba regularmente por el tribunal. Juan no soportaba desde antes a este abogado. De alguna forma Juan despreciaba a estos abogados que tramitaban policía local. No dijo nada, pero se vengó con una sutileza complicándole la vida laboral. En el horario de colación, aprovechando que nadie lo miraba, Juan escondía los expedientes de las causas que tramitaba este abogado en una vieja bodega que estaba al fondo del tribunal, haciéndole sumamente difícil la tramitación de estas causas.
Segundo Rolando lo descubrió y lo ayudaba en la tarea con entusiasmo y complicidad.
Victoria después de leer un mail de Juan donde este la invitaba a tomar algo, le comentó la situación a la Sra. Ana, le dijo que no sabe qué hacer, que no quería ser grosera, pero sí categórica. La secretaria le recomendó aceptar una invitación y aprovechar de dejarle bien claro que ella no tiene interés alguno en él.
-incluso puedes inventarle que estás comprometida- le dijo la Sra. Ana
Y Victoria pensó que era una buena idea y aceptó el consejo.
Aquél viernes Juan llegó a trabajar con un traje oscuro que no tenía manchas, pero que olía a naftalina. Segundo Rolando se burló de él todo el día y las señoras molestaron a Victoria quien se sentía claramente incómoda. Juan, que observó siempre con mucha atención a Victoria, se percató que ella estaba un poco maquillada y que usaba un collar que no solía llevar y eso le dio una especial esperanza.
A la hora de salida él la llevó a un lugar medianamente decente y le preguntó si quería comer algo, pero ella dijo que sólo va a tomar algo y que debía volver temprano a casa. Juan pidió dos piscolas al camarero con quien tenía una evidente complicidad.
-Maestro, Ud. Sabe, bien cabezonas.
Juan y Victoria conversan banalidades. Ella evidencia cierto disgusto mientras él trata de seducirla contándole anécdotas divertidas, pero rápidamente se da cuenta que no tiene posibilidades. Durante la conversación Juan, con una risa desafinada y fuerte, dejaba ver sus dientes amarillos y Victoria por cortesía apenas sonreía.
Entre risas y banalidades, Juan trató de jugarse todas sus cartas y con franqueza y con un poco de nerviosismo que dio ternura, le dijo a Victoria.
-Victorita, yo sé que quizá usted no se fije mucho en mí y la entiendo, pero quiero que sepa que usted a mí me gusta y se lo digo sin esperar nada a cambio, sólo para que lo sepa, aunque me imagino que ya se lo habrá imaginado.
Ella lo miró con desprecio al inicio, pero también con un poco de satisfacción y Juan continuó.
-Incluso quiero decirle algo bien bonito que se me ocurrió, obviamente se lo digo con todo respeto porque yo sé que Ud. es una dama. Bueno, pa qué me doy tantas vueltas, sólo quería decirle que desde que llegó al tribunal, me levanto cada mañana contento y me encanta venir a trabajar. Yo siempre bajo caminando pa ahorrarme el colectivo y escucho música, generalmente boleros y ahora que la conozco, los boleros son más bonitos todavía.
Victoria se puso un poco colorada y agradeció con una sonrisa las palabras de Juan.
-Juan, sus palabras son muy lindas, se las agradezco y me hacen sentir muy bien, pero quiero ser muy franca con Ud. Efectivamente ya me había dado cuenta de que usted me miraba mucho, pero yo estoy comprometida –nerviosa bajó la vista- le agradezco la invitación, pero esta será la única vez. Yo creo que usted es muy caballero, y seguro podrá conseguir una mujer.
-Es que las chiquillas de los cafés no me gustan- dijo Juan muy torpemente, pero inmediatamente se arrepintió.
Ella se hizo la que no entendió y se excusó para ir al baño.
Entonces Juan que la siguió con la vista hasta verla entrar al baño, aprovechó su ausencia, tomó el vaso de piscola de ella, y con cautela, pero decidido, lo metió debajo de la mesa, se desabrochó los pantalones e introdujo su pene erecto en el vaso de ella. Se tuvo que agachar un poco, pero en el oscuro bar nadie vio nada. Con gran deleite hizo que su pene tuviera contacto con todos los bordes del vaso, con los hielos y después de revolver un poco la piscola usando su pene como cuchara, lo volvió a dejar en el mismo lugar.
Ella volvió sin sospechar nada, ambos se miraron e incluso sonrieron. Juan parecía relajado y Victoria se sintió cómoda con Juan por primera vez. Ella se tomó su piscola tranquila, mientras Juan parecía sereno y satisfecho.
Al día siguiente Juan le confesó todo a Rolando Segundo, al que le dio un ataque de risa con llanto y todo. En un extraño gesto de alegría Segundo Rolando se puso a saltar. Juan, como si dijera lo más solemne de su vida terminó su noble relato con una frase llena de orgullo: "fue como que me lo chupara, fue lejos lo más rico que me ha pasado en la vida" Rolando Segundo se sintió orgulloso por su amigo…
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1) Me mataron los diálogos en idioma chileno...jua!
ResponderBorrar2) Lo del vaso de whisky, mezclado con los hielos, los bordes del vaso y los aromas...(que los acabo de sentir...ja!) "me afectaron medianamente" la cabeza, sacándome la tapa de los sesos con el silenciador en estado de ebullición.
3) "Alto piropo de amor" a la final.:) http://youtu.be/DwfxiM8hBzk