Cuento: |
Hace meses que la Ciudad de Bet Shemesh es resguardada por filisteos. Aquella ciudad de gran riqueza hoy llora a sus hijos judos. No queda nada de su otrora esplendor. Con el paso de los años, la pobreza la ha devorado, corroyendo las murallas que la protegían. Hoy sus habitantes son el festín de tropas incircuncisas, que persiguen a sus hombres, a través de sus calles, matándolos en cualquier casa, degollados y apilados junto con cadáveres llenos de larvas de moscas en la plaza de la ciudad, fetos tirados en callejones, alimento de perros y cerdos. En el silencio de la noche, se escuchan lamentos ahogados de desesperación, desgarradoras suplicas de mujeres a los soldados que se amontonan violando a una sola a la vez, las hordas paganas de Dagon se embriagan del dolor y la victoria. Ellos no mostraron respeto a la alianza del Rey Achaz con el Imperio de Asiria. Jerusalem, Jerusalem, como has sufrido en estos tiempos! Si alguien hubiera podido ver tu aflicción diría que fueron dos ríos turbulentos rompiendo en Judá. Primero Edom, que llego y se llevó a tus hijos, excelente mercancía para ser vendidos como esclavos. Pero Filistea fue quien comenzó la guerra. Ayalón, Guederot, Soco, Timná, Guimzó y el Neguev son los últimos bastiones donde el ejército judío presenta resistencia desde hace meses.
En Ayalon esta Ezechias junto con pocos soldados; sitiados por los baluartes filisteos. Llevan días defendiendo su posición, luchando contra el hambre y la sed. Una torta de pan, es repartida en pedacitos entre diez hombres, unos granitos de sal la convierten en el mejor bocado del día. Un joven soldado al recibir su porción le pregunta a Ezechias.
-Principe, llegarán más tropas a ayudarnos?
-No hay nadie más, el ejército está repartido en todo el territorio de Judá…
Al terminar la tarde, Ezechias camina hacia una pared sentándose, recostando su espalda, toma el saco de cuero y bebe un poco de agua. Con la mirada recorre su pequeño batallón. Observa al soldado joven que guarda las esperanzas por más tropas, el capitán le ordena relevar al vigía; presto obedece la orden corriendo hacia la esquina de la muralla. Sigilosamente se aposta, sabe del peligro que rodea a los vigías, se apertrecha detrás de un montículo de ladrillos. Observa cuidadosamente alrededor, sus ojos examinan detenidamente el mapa tallado en la piedra que dejo el vigía anterior, ahí están las marcas de cada arbusto, de cada piedra en su cuadrante. Todo está en su lugar, no hay ningún movimiento extraño. Se relaja, respira hondo, se sabe bien posicionado. Ezechias lo mirá sacar de entre sus ropas el pedazo de pan que le dio hace rato; lo devora lentamente, con esa hambre que arrastra varios días. Una flecha silenciosa y veloz es disparada desde los matorrales. Surca desde lejos directo hacia el. Le atraviesa la cabeza, el pedazo de pan aún esta en su mano, el cuerpo convulsiona cayendo inerte sobre las piedras, el casco rueda, los soldados sorprendidos, miran temblar el cadáver. Ezechias se levanta y mirá como un enjambre de flechas encendidas, llueven de todos lados, toma su escudo, el cual es atravesado tumbándolo al suelo; mira como los demás corren a cubrirse, otros son abatidos; los filisteos asaltan los muros, como si fueran hormigas se agolpan, subiendo por montones, clavando sus espadas en los pocos vigías que aún defienden su posición.
-Alla esta el Principe! Grita uno de ellos, los feroces se apartan para matarlo.
Blande su espada para enfrentarlos pero sus soldados lo rodean con los escudos, sacándolo hacia los caballos,
-Escuderos! Formen una valla, defiendan su lugar! avanzén!-ordena Ezechias.
Los escudos chocan estruendosamente contra los enemigos empujándoles, las lanzas judías repliegan hacia atras las hordas, una estocada derriba a uno de sus oficiales, mientras otro se apresura a cubrir el hueco. Ezechias arroja con fuerza su lanza, clavándola en uno de los soldados de la pared filistea. Al llegar a su caballo jala la rienda, relinchándolo y arremetiéndolo contra los paganos, abre el paso cortándole la cabeza a uno de ellos.
-Vamonos! -Sus capitanes suben a los corceles y emprenden el escape de Ajalon. Ezechias mira hacia atrás, sus tropas fueron diezmadas súbitamente, en un momento su destino cambio.
CAPITULO X: EL RESCATE
En Jerusalem el rey Achaz en su trono, mira por las ventanas, balbuceante.
-Salvajes edomitas… sus madres los llorarán! Por mi nombre que asi será!
No son los prisioneros, lo que le duele es la humillación, que está sufriendo. En su furor se levanta y mira de un lado, mira en otra ventana, ora mira aquí, ora mira allá. Se detiene a contemplar el gran altar que construyo hace poco. Un recuerdo cruza como un relámpago su mente. Una sensación fría recorre su cuerpo, congelándolo. Una idea seductora nace con esa esperanza agradable como respuesta a su furia. Comienza a gritar.
– Sacerdotes! Brujas! Donde están???
Se acerca la sacerdotisa de Baal, y las brujas principales de Ishtar y Nimrod.
-Diganos la orden rey…
-Los dioses me favorecerán como lo hicieron con los asirios aquella vez en Damasco…
-Pero de que habla mi señor?
-Que no entienden de mis palabras? Comen de mi mesa y no adivinan? Guardias! Aprésenlos! Los guardias, acorralan a la sacerdotisa y los brujos.
-Les cortaré la cabeza!
La noche cae, Ezechias viene entrando a la ciudad y a lo lejos mira una gran hoguera resplandeciente que emerge del Templo de Salomón; al llegar al Palacio esta vacio, camina a la cámara real y encuentra a su madre sentada en el balcón silenciosa. Se sienta junto a ella.
-Vienes de alla?
-No quise ver, no quiero ni imaginar…
-Y los demás? Necesito informar a los generales que necesitamos replegarnos, solo queda Rubem en Guederat, hoy tomarón Ayalon. El Neguev esta perdido…
-Todos están alla hijo, sacrificando…
Ezechias se levanta, acaricia los cabellos de su madre y se retira. Al llegar al templo, encuentra a su padre Achaz desquiciado. Levanta sus manos llenas de sangre al cielo, mientras los brujos de Nimrod, arrojan victimas al fuego. El rey rie fuera de si. Voltea a verlo y le grita.
-Los dioses de los sirios los ayudaron a ellos! también a mí me ayudarán si les ofrezco sacrificios!-
-Padre nuestras tropas están diezmadas…solo queda el comandante Rubem en Guederot…
-Baal se agradara de mi sacrificio! Ayudará a Rubem! Traigan más victimas!
Los sacerdotes acercan a un hombre joven al altar, extienden sus brazos, sobre su cuello y empiezan a sajarlo. Ezechias al ver esto se retira.
-Mañana verás que ganaremos Ezechias! Ya lo verás hijo mio!
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