En el interior de un bosque en él que siempre era de noche, siempre llovía, los troncos de los árboles eran negros y en ellos nunca crecían ni hojas, ni flores, ni frutos. En ese bosque estaba prisionero un príncipe desde hacía muchísimos años, él estaba amarrado entre los ramas de un gran árbol, tenía inmovilizados los brazos y las piernas, sobre la boca le rozaba una rama que le arañaba e impedía que chillara.
Al príncipe lo había puesto en esas circunstancias su madrastra, la nueva mujer de su padre, quién se había apropiado del reino y engañado a su marido con la falsa muerte de su hijo. El príncipe oía siempre la voz de una muchacha que le tranquilizaba y le juraba que le salvaría, no sabía quién era, pero había algo en su voz que le indicaba que podía confiar en ella.
Desde que escuchaba su voz, se sentía más fuerte y notaba que las ramas le apretaban menos. Un día que la reina fue a verlo para ver en que estado se encontraba, vio alrededor del árbol como habían crecido dos florecitas amarillitas y otras dos blancas, y se extrañó muchísimo ya que en ese bosque nunca crecía nada.
- ¿Qué has hecho para que crezcan estas flores?-le preguntó la reina al príncipe.
Pero él no podía hablar.
- Es muy raro que hayan crecido estas flores aquí, no sé si tendré que cambiarte de sitio o eliminarte definitivamente, bueno, ya lo pensaré.
La reina se dispuso a abandonar el bosque pero pasó algo extraordinario, la lluvia se desplazo del sitio y el agua solo caía sobre el terreno en él que ella pisaba.
En cuanto el príncipe se encontró a solas, escuchó de nuevo la voz femenina:
- No te preocupes, yo voy a salvarte, solo necesito poder recuperar mi forma humana, en cuanto me liberé de mis nubes, me largaré contigo.
Cada vez que venía la reina, había más y más flores amarillitas y blancas alrededor del árbol.
- Que raro, últimamente está lloviendo mucho, demasiado incluso para este bosque, es como si la lluvia quisiera escapar de las nubes ¿Tendrán algo que ver las flores en todo este lío?
Cada vez que la reina abandonaba el bosque, la lluvia le seguía y solo le mojaba a ella.
El agua cada vez era más abundante, la única zona en donde crecían flores, que cada vez eran más y más altas, con dimensiones que incluso llegaban hasta tapar al pobre príncipe, era solo alrededor del árbol que ya os estaréis imaginando.
La reina confundida y muy nerviosa a la vez, con unas tijeras de podar cortaba dichos tallos, pero no servía de nada.
En otra visita de la reina, encontró ella una pared invisible que le impedía acercarse al príncipe, el agua de la lluvia caía, y se formaba poco a poco una figura humana de una muchacha, el color que predominaba sobre su piel, sus cabellos, sus ojos y sus ropas era el azul con ligeros toques blancos. Tenía el cabello recogido en una cola de caballo sujetada con un lazo azul, y el vestido era de tul y todo a tiras. Mientras se había estado formando dicha figura, se había estado escuchando al mismo tiempo una voz que decía lo siguiente:
- Ya estoy aquí, ya tengo mi cuerpo, ya no caigo a pedazos como antes, ya no tengo que estar viviendo en las nubes, ya puede salir de ellas y vivir mi propia vida con quién yo más quiera, ya estoy aquí, ya he llegado y te voy a salvar.
La muchacha le sonrió al príncipe y ante su sonrisa, las ramas del árbol se desplazaron y le liberaron. Él avanzó un paso hacia la muchacha:
-¿Quién eres?
- Soy la princesa de la lluvia, he venido a rescatarte, y volveré contigo a tu palacio si tú me dejas que te acompañé.
El príncipe asintió con la cabeza sin salir todavía de su asombro.
Los dos se cogieron de la mano y salieron del bosque sin dejar de mirarse a los ojos mutuamente.
La pared invisible que impedía el paso de la reina desapareció, y dos brazos fornidos formados con nubes que bajaron del cielo, la empujaron hacia el árbol, en donde había pasado tanto y tanto tiempo prisionero el príncipe, y allí entre sus ramas se quedó ella atrapada para el resto de sus días.
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