Odódó (flor)
Los primeros rayos de sol se colaban tibios entre las cañas de la barraca como anunciando a los que dormían allí dentro que ya era momento de despertar.
Por un momento Odódó creyó haber regresado a su hogar, por un instante sintió el ayán (trueno) en su corazón con tanta intensidad que le hizo perder la noción de su realidad, en donde realmente se encontraba.
La realidad golpeó una vez más a Odódó que seguía en la misma barraca encadenada a un tronco como habitualmente se dejaba a los esclavos que intentaban fugar, esclavos que no aprendían que tratar de escapar, era un imposible.
Amanecía en la hacienda del señor Teódorico de la Barca Castilla y Mejillón Barón de San Bartolomé. Este noble señor tenia bajo su control enorme propiedad, una gran extensión de tierras comparada con alguna actual provincia, la atravesaba un río llamado "Río de Oro" por el color espectacular que tomaba al caerle el sol del atardecer, pero mayor espectacularidad cuando la luz de la luna llena lo tornaba plateado.
Don Teódorico, un noble señor español de aquellos que llevan en las venas autentica sangre azul, de aquella que lo mismo tiñe que mancha. Un muy próspero viudo, que por cosas de la vida, no encontró mejor consuelo que en los brazos de su cuñada y hermanastra de su difunta esposa doña Liliana Núñez del Prado Talavera
Muchos años habían pasado desde que don Teodorico dejó la costumbre de acosar a las esclavas en las barracas, obligándolas a satisfacer sus perversiones y caprichos, se cree que fue a raíz de la muerte de su padre, el viejo Barón a causa de una extraña enfermedad, que desconocida por los mejores galenos ni su fortuna, ni su poder pudieron impedir que muriese y mucho menos evitar su denigrante agonía.
Se rumoreaba entre los trabajadores blancos de la hacienda que había sido una enfermedad de índole venérea a causa de la des natural pasión del viejo barón por las esclavas negras, aunque otros muchos decían que era cosa de brujería por mezclarse con las mujeres negras que son de origen demoníaco. Lo cierto que nunca se supo de otro caso conocido lo que no pudo corroborar los rumores del caso.
Este asunto influencio profundamente en el joven Teódorico quien abandono esta actividad precozmente
"El miedo muchas veces corrige, lo que la falta de decencia no deja corregir".
Hace muchos años atrás, una tarde en el río, Odódó preguntó: -¿Wuani porqué no juegas con los mayores?-, - Si, si lo hago pero solo en sueños- respondió Wuani. -Alguna vez lo hice como con ustedes, Yeyé fue una niña como tú y la mamá de Yeyé nos retaba cuando hacíamos travesuras- Wuani prometo que cuando sea grande jugaremos también, dijo Odódó .Wuani sonrió como de costumbre y sus negros ojos almendrados sonrieron con el , como prometiendo que tampoco la abandonaría jamás.
Wuani era un magnifico nadador, si no fuera porque lo conocían sería confundido con cualquier otro ser del río. El les enseño a los niños a nadar como peces y volar como monos de árbol en árbol, escuchar al viento atentamente y oler el cielo y leer en él lo que viene.
Era una mañana de suave brisa los mayores se habían ido de faena de pesca y caza río abajo, los niños se quedaron al cuidado de Wuani, eran más de diez niños y el menor Onkoto el más travieso de todos se trepó al árbol del Papui sin permiso ni aviso de los demás, ya había trepado por lo menos unos ocho metros, - ¿Onkoto que haces allí le gritaron los demás?- Onkoto se asustó, perdió el equilibrio y resbaló, el pobre Onkoto se precipitaba pesadamente al suelo, pero algo extraño sucedió, de pronto una suave pero fornida brisa lo envolvió al pobre y en un inusual planear lo depositó sobre las hojas secas del suelo de la selva .
Wuani se acercó al asustado Onkoto lo puso de pie, sacudió el polvo y hojas secas de su cuerpo.
El pobre niño sólo alcanzo decir -Moducue Wuani- (gracias). A lo que le respondió Wuani: -¿Onkoto ahora ya sabes porqué no te dejamos trepar el árbol de Papui?- Luego todos se miraron y echaron a reír haciendo bromas sobre el asunto, en verdad todos estaban muy contentos con la compañía de Wuani.
Esa mañana el aire llevaba un dulce aroma, el aroma del fruto del árbol del guayabo que se encontraba en época de fruta madura, por ese motivo fueron llevados por Wuani en busca de tan delicioso fruto, se abrieron paso entre la maleza de la selva, como siempre Wuani encabezaba la expedición, cada uno de los niños llevaba una larga vara para poder descolgar las frutas, pero el atolondrado Onkoto tomó como siempre la vara más larga, que a duras penas podía sostener, todos formaban un gran equipo en esta difícil pero divertida misión, poco a poco el canasto de paja se llenaba de la deliciosa fruta y Wuani observaba a los niños sentado mientras saboreaba una gran guayaba que se había descolgado sola hacia sus manos. Wuani siempre les decía a los niños -Saquen la fruta sin dañar el árbol así la próxima vez tendrán frutos más dulces y sabrosos, pero lo mas importante antes de sacar la fruta deben de pedir permiso al señor árbol para que se los entregue con buen sabor-
Después de decir estas palabras hizo una reverencia al árbol y tomaron el camino de regreso a la aldea, el camino se hizo algo más pesado por el valioso cargamento que llevaban consigo.
De todos los niños Onkoto aún conservaba su vara e iba arrastrándola por el suelo y cansado de llevarla optó por arrojarla como si fuera una lanza hacia unos arbustos, de pronto de los arbusto en donde cayó la vara, se escuchó un gruñido seguido por un rugir de león, sí definitivamente era un león y estaba enojado por el inesperado golpe de vara sobre su cabeza. Wuani intentó dialogar con el león pero se trataba de uno enojado y hambriento, los niños estaban muy asustados nunca habían visto un león y mucho menos uno tan enojado.
El león se abalanzó sobre ellos, pero un inesperado golpe en la nariz del león detuvo su marcha y lo hizo rodar por los suelos. El león se incorporó rápidamente sólo para ser testigo de la huida de los niños sobre el lomo de una gran pantera negra que doblaba en tamaño a aquel león, a los niños no parecía causarle miedo alguno el improvisado amigo y Odódó, Onkoto y los demás niños sólo reían divertidos en cada uno de esos gigantescos saltos que daba la pantera. Ya en la aldea se despidieron de Wuani porque sabían
que al caer la noche Wuani regresaba a la selva a donde pertenecía.
No hubo luna esa noche, las estrellas brillaban enredadas en el cielo como hilos de tela de araña y se hacía más evidente el diminuto tamaño de la aldea que a lo mucho llegaba a cincuenta habitantes, dedicados a la pesca y caza. Tenían que hacer trueques con las aldeas vecinas para `poder subsistir, la más cercana estaba a tres días de camino.
Una infortunada noche en que todos dormían en la aldea cuando se escuchó la primera explosión, Odódó despertó, su madre Yeyé la tenia abrazada fuertemente, su padre que dormía junto a ellas ya no estaba, había mucha confusión, gritos, muchos ruidos que sonaban como truenos, salió Odódó de la choza junto a su madre miró al cielo pero no habían nubes de lluvia. El cielo estaba igual de despejado, la respuesta a esa confusión no la hallaría en el cielo.
¡ Aleyos ,aleyos (invasores) Gritaban los mayores, la pequeña no reparaba en el significado de la palabra hasta que pudo ver al primero de los invasores, un ser pálido como las nubes con una forma muy distinta de vestimenta llevaba en las manos una calla que hacía tronar como truenos de lluvia. Odódó no sabia como afrontar esto sentía el terror y curiosidad, los extraños forcejeaban con los mayores, algunos caían al suelo heridos por esos truenos y relámpagos de fuego.
La resistencia duró muy poco, luego de un rato los extraños con gritos obligaron a los de la tribu a reunirse en grupos, arrodillados sobre el suelo los empujones y golpes no terminaban de darse, los gritos ininteligibles de aquellos extraños sonaban muy amenazadores.
-¡Despierta Odódó ¡- era la voz de Yeyé su madre. Odódó despertó pensando que lo vivido había sido una pesadilla, pero al terminar de despertar por completo se dio cuenta que estaba en un lugar desconocido oscuro, húmedo, pestilente, demoró en tomar noción de donde estaba, más aún porque todo se tambaleaba como si estuviese parada sobre una rama de árbol azotada por el viento.
Estaba en la bodega de un barco de traficantes de esclavos -Fuimos tomados como esclavos- se escuchó gritar a uno de los pobladores de la aldea, se escuchaba lamentos y quejidos de otros pobladores de aldeas vecinas, algunos estaban heridos, la niña pudo distinguir el llanto de su amigo Onkoto y algunos otros amigos, pero al tratar de llegar a ellos se dio con la terrible sorpresa que estaba encadenada de un tobillo. Odódó no sabía qué hacer, llamo a Wuani pero no recibió respuesta era de noche Wuani no podría acudir a su llamado, el llanto de Onkoto con el transcurrir de los días se hizo más débil hasta que no se escuchó más.
Los días en aquella bodega fueron, horribles y oscuros, hacía mucho calor y mucho frío allí, la comida era pésima, se hizo común escuchar que alguien había muerto. El olor de ese lugar se asemejaba mucho al de la muerte, casi más de la mitad de los que allí estaban prisioneros murieron antes de llegar a su destino y Yeyé no fue la excepción. Odódó se quedaría sola antes de pisar tierra, su padre había muerto cuando se produjo el enfrentamiento de la captura, ella estaba sumida en la más inmensa tristeza y silencio que le hizo olvidar todo.
Habrían pasado ya casi seis meses desde que desembarcaron en tierra firme y Odódó se encontraba en un periodo de descubrimiento, se aventuraba ya fuera de la barraca caminaba cuidadosa entre la verja observando a los animales tan extraños para ella animales tan tristes, como acostumbrados a un cautiverio y al padecimiento, el mismo aroma de los árboles era muy distinto ese verde era distinto al verde de su nativa África, estos nuevos animales de este nuevo mundo sólo murmullaban, no habían tambores que hablasen de lo que sucedía.
Odódó solía cantar la siguiente canción en su lengua natal
¡Despertarás del mal sueño¡
A los pies de tu aldea estarás
El camino se hará una Boa
Que comerá tus huellas.
Los Aleyos
Con tu aldea nunca darán
Babaawo, nos mantendrá a salvo y la
Sangre de los muertos bendecirá a los
Nuestros.
No se podía saber si era una canción aprendida en el barco o de su propia inspiración, su voz parecía un instrumento encerrado dentro de ella, dulce y al mismo tiempo tan triste, cada vez que regresaba de apañar algodón los demás esclavos hacían silencio para escucharle cantar, era como si el amor y el dolor se fundieran en algo distinto. Decían los otros negros de las barracas -Odódó no canta alegre pero aun así canta hermoso, ella no canta en presencia de los blancos guarda su canto para nosotros y algunas veces para ella tan solo-
Transcurrieron algunos años Odódó ya era toda, una adolescente alguien que gozaba del respeto de todos los esclavos en la barraca, respeto que se gano a base de trabajo y valentía por sus muchos intentos de fuga.
Odódó ¡Será madre! y aún bajo esas circunstancias se sentía muy feliz por el nuevo ser que llevaba en el vientre, carne y sangre de ella misma, del padre sólo se sabe que fue un esclavo que trajeron de una hacienda lejana, fue un semental impuesto a la fuerza como todo en aquellos tiempos no hubo amor ni nada que se le pareciera, pero de eso Odódó no se acordaría más nunca, a ella sólo le interesaba la criatura que llevaba dentro, sería por eso que dejó de pensar en fugas por algún tiempo.
El cuerpo de la pobre Odódó había sido lastimado muchas veces y de muchas formas a causa de sus múltiples intentos de fugas, fue por eso que el embarazo le cayó mal cómo se decía en esos tiempos, aún preñada tenía que seguir con su jornada de trabajo en la hacienda, motivo por el cual poco tiempo después de parir enfermó gravemente.
Enfermedad desconocida por la ciencia médica, los esclavos en las barracas se referían a ella como "peste negra'', por el color de los vómitos y lo compulsivo de los ataques de tos, las ancianas en la barraca hicieron lo que estaba a su alcance para salvarla pero la enfermedad estaba muy avanzada y Odódó muy débil.
Dentro de la barraca agonizaba ella, entre sahumerios y oraciones a Buruku (Dios de las enfermedades) junto a ella se encontraba una anciana negra y la pequeña María Eiyele (María Águila) hija de Odódó de tan solamente unas semanas de nacida.
Antes de que los ojos de Odódó se llenen de ausencia y su boca de silencio, ella le dijo a la anciana que cuidase de María Eiyele que le cuente sobre lo mucho que su madre la ama y la amará desde donde este, que siempre esté orgullosa de sus orígenes, que su nombre María Eiyele, significaba libre como las águilas y que siempre busque la libertad.
Después de estas palabras Odódó dejo de ser.
Aquella noche la barraca entera se sumió en la tristeza los tambores sonaban tristes, agonizantes, se dispuso que el cuerpo de Odódó fuese quemado lejos de la hacienda por miedo al contagio de la peste.
Muchos años después, María Eiyele ya cumplía casi 12 años, su niñez transcurrió como una niña esclava común, aunque gozaba del cariño y respeto de todos los demás esclavos que veían en ella el recuerdo de su madre.
En ella también nació el deseo de libertad, deseo que fue inculcado por las ancianas y demás negras que la amamantaron y criaron luego de la muerte de su madre, las largas jornadas en los algodonales terminaba por dejar agotados a todos, pero por la noche era común que los esclavos se reúnan al entorno de una fogata tocando sus tambores y bailando, pero el momento mas esperado era el canto de María Eiyele quien había heredado el talento de su madre, pero aún más dulce y lleno alegría. Ella cantaba alegre y casi siempre se refería a lugares lejos de la hacienda lugares en los que ella nunca había estado, lugares de libertad que sabía describirlos con tanta facilidad que uno sentía que podía tocarlos a través de sus palabras.
Pero al igual que su madre en María germinaba esa necesidad de libertad, así como las ansias de escapar.
Fue una afortunada noche en que era fiesta religiosa, la mayoría de los capataces de la hacienda y los guardias estaban en la casa grande ocupados festejando la fiesta de San Marcelo, era la noche oportuna para fugar la luna llena observaba radiante desde el cielo. María Eiyele pensó que ella podría guiarla en su fuga, no lo pensó dos veces sólo le avisó a una de las ancianas que se iba esa misma noche tomó un par de hogazas de pan un manto oscuro y partió hacia la libertad, igual que Odódó, María Eiyele se marchó, tomó por el camino más apartado de la casa grande su idea era caminar toda la noche y llegar hasta el río de Oro, de allí seguir su lecho hasta llegar al mar. A ese mismo mar que trajo a su madre a esta tierra de tristeza y dolor, luego ya vería cómo lograr cruzar el mar hasta la tierra de su madre y antepasados. Habían pasado dos días de fuga y María estaba muy cerca al río de Oro, sentía el sonido del agua a medida que se iba acercando, podía ver el resplandor de éste, la luz de luna lo hacía muy brillante era espectacular.
Pero a pesar de todo, esa noche que fugó pareciera que alguien la vio partir algún trabajador blanco de la hacienda quien avisó a los capataces, quienes salieron a capturarla con perros y armas
Los capataces y sus perros se escuchaban muy cerca de donde María estaba ella se encontraba agotada por los dos días de caminar sin descansar, los capataces montaban a caballo armados de mosquetes y machetes sería casi imposible despistarlos, pero María tenía una fe inquebrantable, llegó hasta el mismo río de Oro la luna llena le permitía ubicarse fácilmente pero lo mismo a sus perseguidores, María Eiyele estaba realmente agotada su frágil cuerpo ya no le permitía seguir adelante optó por sentarse a tomar respiro, de pronto se oyó un estallido que rompió con el silencio de la noche, María se tomó la pierna y sintió cómo el piquete de un animal seguido por la tibies de su sangre chorreando por su pierna, había sido herida por un disparo de uno de los capataces, su ubicación estaba descubierta, pero aún así María siguió adelante se arrojó a las aguas del río e intento nadar hasta la otra orilla entre los silbidos de las balas y los ladridos de los perros logró hacerlo llegó hasta la otra orilla, estaba herida y le era mucho mas difícil escaparse pero no se rendiría jamás busco refugio escondiéndose tras unas rocas en la orilla tratando de ganar algo de tiempo algo de fuerzas la herida era muy dolorosa y brotaba algo de sangre María recostó la espalda contra la roca y levantó los ojos hacia el cielo observando la luna pensando en cómo sería la tierra de sus antepasados ¿será el mismo cielo , la luna también los alumbrara a ellos?- Se preguntaba en su cabeza sin pensar ya en quienes la perseguían, al mirar hacia un lado de río pudo ver la figura de un niño negro en cuclillas mirando el agua, ella le susurró en voz baja que viniera hacia ella, el niño se acercó a ella, era un niño extraño como los que ella nunca había visto, de una sonrisa tranquila de ojos almendrados y de frágil apariencia, el niño le dijo -¡Moyuba, Odódó te he estado buscando¡- María Eiyele
lo observó algo sorprendida y le dijo que ella no era quien buscaba ella era María Eiyele que Odódó había sido su madre que hace años había muerto. El niño le dijo una vez más -¡Odódó, soy Wuani regresemos a casa con los demás!- la tomó de la mano, los capataces que ya estaban en la misma orilla del río a tiro de mosquete vieron a ambos y empezaron a disparar , pero María Eiyele y ese misterioso niño empezaron a elevarse ante la mirada atónita de los capataces quienes asustados disparaban contra ellos pero aquellas balas ya no hacina mas daño contra ellos, quienes se elevaron en el aire, tomaron altura, y, se perdieron de vista ,en ese cielo de luna llena, con dirección al mar.
De esa fecha para adelante, algunas noches cuando la luna llena se tornaba extraña como aquella vez, se sabía sobre esclavos negros que desaparecían sin dejar rastro nadie jamás los veía, nadie los lloraba sólo el silencio y la sonrisa casi cómplice de los demás esclavos.
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