: Asesinato en el Belgrano Palace

Nombre*:Gabriel Zas
Género*:Policiaco
Título*:Asesinato en el Belgrano Palace
Cuento:
Cuando mi amigo, el inspector Sean Dortmund, arribó a Argentina en mayo de 1979, nunca lo hizo con intenciones de resolver ningún asesinato. Ésa idea no la tenía en mente. Y sin embargo, una fortuita casualidad lo puso al frente de un caso que se relacionaba con un antiguo caso suyo y gracias a su gran capacidad de análisis, logró ver en una prueba un detalle que le dio la pronta solución del incidente y logró sobreponerse notablemente a la Policía Federal, que no lograba dilucidar toda una serie de homicidios que tuvieron lugar en una red ferroviaria local. Así entonces Dortmund se adjudicó un tanto importante, conoció al capitán Riestra y fue su inicio como asesor de la División Homicidios de la misma Fuerza, aunque también tomaba casos de carácter privado que le llegaban por recomendación de clientes anteriores que quedaron sumamente satisfechos con su servicios, lo que asimismo le abrió las puertas para conocer a nuevos clientes y expandirse por todo el territorio nacional. Desde 1979 hasta 1983, inclusive, la situación en el país era crítica y los casos eran un poco más restrictivos y enmarañados. Y así y todo, mi amigo logró brillar admirablemente. Y ahora creo, llegó el momento de exponer todo lo referente en cuanto sé del caso que pretendo narrar, que tuvo lugar en la segunda torre del hotel Belgrano Palace de Buenos Aires, situado en el corazón de la Plaza de la Bandera, en Rosario.
Debo confesar que por expreso deseo de mi amigo, no figuró su nombre en el suceso ya que no intervino en él por voluntad propia. El premio mayor, por lo tanto, se lo llevaron los demás. Desde su punto de vista, aquello constituyó un fracaso, ya que si por fin se puso sobre la verdadera pista del criminal, fue por mera casualidad al oír la conversación que mantenían dos personas personas y a raíz de un viaje que realizó a España un año antes del suceso, en 1985.. Por lo que concluí resueltamente que aquello no representó ningún fracaso, contrariamente a la presunción de mi amigo.
La historia empieza en un teatro de Rosario, durante el mes de octubre de 1986.
Por entonces, hacia furor la artista venezolana, Carlota Lozada. Era una muchacha encantadora y con un gran talento. Se presentaba en escena sola, sin ningún maquillaje ni vestuario alguno. Su función consistía en hacer diferentes monólogos con matices de humor, imitando a las principales personalidades de todo el mundo. Uno de los gestos imitando a Sofía de Leones, una popular cantante mexicana, me hizo soltar una carcajada.
Después de la función, nos fuimos a tomar algo a un lujoso bar sobre la calle Paso, en inmediaciones al barrio Lisandro de la Torre. En la mesa próxima a la nuestra estaban la esposa de Laplaza, la señora Raquel Villafañe; Esteban Vedia, y otras dos personas que no conocíamos. Aquella fue una coincidencia inesperada pero agradable. Le hice notar a Dortmund que estábamos al lado de la mismísima señora Villafañe. Mientras se lo estaba diciendo, otras dos personas se sentaron en la mesa de al lado. Una me era familiar. Era nada más y nada menos que Carlota Lozada. Le dije a mi amigo de la recién llegada. Miró a su mesa y también desvió su mirada hacia la mesa de Raquel Villafañe.
_ ¿Es ésa la señora Villafañe?_ preguntó indeciso_ ¡Ah, sí! ¡Ya la recuerdo! He visitado, en carácter de invitado de honor, su palacio de Barcelona, el año pasado. Aquella fue una visita encantadora.
_ Y es una mujer muy atractiva_ agregué.
_ Quizás.
_ No parece muy convencido.
_ Vera usted, doctor Tait. A usted sólo lo atraen las señoras de clase alta, con poder y cuyo nombre es reconocido en todo el mundo. No se fija en otra clase de mujeres. Cuando se cruza con alguna dama humilde siempre propone una excusa para evadirla. No es usted, lo que se dice, un caballero. Las mujeres así son de gran peligro.
_ Gran peligro_ Repetí.
_ Así es. Esas mujeres no ven más que una sola cosa: su persona. No se dan cuenta de lo que las rodean; no tienen presente ciertas situaciones que las involucran; no conocen ni de dolor ni de tristeza. Sólo les importa la fama, el dinero y tener un hombre de su mismo rango a su lado. No aman, no sienten y se acuestan con cuan hombre adinerado se cruce en su camino, sin importarles que estén legalmente casadas. Son sus preocupaciones y nada más. Y más tarde… Sobreviene el desastre.
Su apreciación era inteligente y se me había ocurrido pensar porqué nunca se me ocurrió a mí.
_ ¿Quién es la otra mujer?_ Preguntó intrigado.
_ La actriz venezolana, Carlota Lozada_ Respondí con entusiasmo.
_ ¿Qué quiere que diga de ella?
_ Qué piensa.
_ ¿Acaso ésta noche soy un tarotista?
_ Sin dudas, lo haría mejor que muchos otros.
_ Admiro la confianza que tiene en mí, doctor Tait. Y eso me emociona. Cada persona es un misterio, un laberinto difícil de recorrer. Uno se forma una idea de ella, pero nueve de diez veces está equivocado.
Inesperadamente, sorprendimos a la señora Villafañe nerviosa. Hablaba, preocupadamente, con el caballero que acompañaba a Carlota Lozada.
_ Tengo que hablar contigo en privado_ dijo aquél.
Murmuraron unas palabras en voz baja. Ella tomó, intempestivamente, su saco del respaldo de la silla y se lo puso con la evidente urgencia de retirarse.
_ Ahora te vas a ir, ¿verdad?_ preguntó Carlota_ Ya van a servir la cena.
_ La dejamos pendiente para otro momento. Luego hablamos.
Y salió a la calle, casi en un suspiro.
_ ¡Oh!_ Exclamó_ De una manera u otra, quiero verme libre de mi marido.


***


Paralelo a este problema, la cantante Sofía de Leones estaba solicitando asesoramiento legal para divorciarse. Residía en el mismo hotel. Tenía su habitación un piso más arriba que el de la señora Villafañe. Todo nos resultaba una coincidencia demasiado extraordinaria. Una extraña trama se estaba entretejiendo. Al menos eso suponíamos. Pero no era posible probarlo, al menos por esos momentos. Y, además, desconocíamos de qué se trataba todo. Esteban Vedia habló con Carlota un rato largo y luego lo acompañó al hotel. La dejó y él subió a la habitación de Raquel Villafañe. Estuvo allí escasos segundos y luego descendió hacia su piso con un papel en la mano. A simple vista parecía una carta. Lo que advertimos fue que el señor Vedia estaba bastante interesado en conservarla. Más bien, se preocupó más de lo necesario y tuvo intenciones de destruirla, pero optó por devolverla. La dejó en manos de otra mujer y volvió a su cuarto, prácticamente sudando de nervios. Nadie notó nuestro seguimiento. Nos encerramos en nuestra habitación sin darle demasiada importancia al asunto. Creíamos que era algo de carácter íntimo. Cuando estaba borrado de nuestras mentes, un botones del hotel interrumpió nuestro descanso para avisarle a mi amigo, el inspector Dortmund, que el señor Laplaza aspiraba verlo con urgencia. Me solicitó que lo acompañara. Nos dirigimos hacia su habitación, por lo que bajamos por el ascensor. Al descender, le preguntamos a un hombre que estaba de casualidad en el piso, qué número era el cuarto del señor Laplaza. Nos señaló el último de la izquierda, siguiendo derecho por el pasillo. Llegamos, pero algo no andaba bien. La puerta estaba abierta de lado a lado. Ingresamos y nos dirigimos hacia la cama, como si nuestro instinto nos hubiese guiado hasta ahí. Vimos al señor Laplaza yacer boca abajo sin moverse. Dortmund le tomó el pulso. Estaba muerto.
_ Parece que el asesino nos preparó la escena para que el crimen fuese descubierto_ dijo mi amigo, pensativo_ Aún no sabemos si estaba muerto o no, cuando el botones nos avisó que el occiso deseaba verme.
Me exalté un poco. Dortmund me detuvo.
_ Aún no lo sabemos_ acotó._ Hay otras cosas que debemos evaluar antes y que merecen una intervención primordial.
Quedó un momento en silencio. Continuó.
_ Todo este asunto instituye una casualidad muy…Atractiva. La esposa de la víctima manifestó sus deseos de divorciarse. Ahora él está muerto…
_ Y una carta tensionó lo nervios de un hombre que nada tiene que ver con ninguno de los dos_ agregué con satisfacción.
_ Exacto_ repuso Dortmund_ Dígame, ¿cuánto tiempo lleva muerto?
Lo examiné.
_ Por la rigidez y la temperatura del cuerpo, alrededor de unas tres horas, aproximadamente._ confirmé._ De modo que con la señora Villafañe en el restaurante y los constantes movimientos en el hotel, le resultó muy fácil escapar al asesino. De todas formas, el Cuerpo Forense de la Policía será el encargado de juzgar las causales del deceso del señor Laplaza y sus circunstancias. Nosotros, usted cabe aclarar, sólo podría involucrarse en carácter de asesor si así lo requirieran.
_ La Policía ya debe estar llegando y me agradaría ver a nuestro pequeño y buen amigo, el capitán Riestra . Pero ahora me explico la desesperación de la señora Villafañe y su repentina salida del restaurante. ¿Y la carta? ¿Dónde está la señora Villafañe en estos momentos?
Sonó el teléfono de la habitación en la que estábamos. Naturalmente, atendí yo.
_ La señora Villafañe nos espera en la sala principal_ le comuniqué a mi amigo, luego de concluida la llamada.
_ Bajaremos enseguida. Me interesa el botones. Quiero averiguar quién es en verdad y qué papel desempeña en todo este drama.
A cabo de unos minutos, bajamos hasta el palier del hotel. La dama en cuestión estaba sentada, con las dos manos cubriéndose la cara y desecha en llantos. Nuestro amigo y colaborador, el capitán Riestra, estaba presente, firme y con una actitud pensativa, parado al costado derecho de la viuda. Dos oficiales junto a algunos peritos subieron a la escena del crimen y otros dos custodiaron la puerta de entrada del hotel.
_ ¡Capitán Riestra!_ enfatizó Dortmund_ Me alegra verlo.
_ ¡Dortmund!_ se contentó aquel._ Qué grata sorpresa. ¿Qué hace acá?
_ Cenábamos con el doctor Tait en el mismo restaurante que la señora Villafañe y las casualidades nos implicaron en este incidente. Dígame, ¿pudo hablar con ella?
_ No. Prefiere que sea usted quien la interrogue. Por eso enviaron a buscarlo. Pensé que era una broma su presencia en el hotel. Pero, afortunadamente, veo que no.
_ ¿Justificó la señora Villafañe el porqué de su petición de hablar solamente conmigo?
_ No confía en nosotros, al parecer. No dijo lo mismo sobre usted.
_ La conozco de una visita que le hice el año pasado en Barcelona.
_ Ahora lo comprendo. Está justo ahí, aunque creo que ya la vio cuando bajó_ y le señaló a la dama en cuestión.
_ Gracias, capitán Riestra. Con permiso.
Mi amigo esperó unos minutos a que dicha mujer se calmase. Cuando sus nervios cesaron, él intervino con sus preguntas.
_ Usted deseaba divorciarse de su esposo. ¿Es correcto?
_ ¿Qué está insinuando?_ sentenció con hostilidad.
_ Es sólo una pregunta.
_ Sí_ respondió en seco.
_ ¿Por qué razón?
_ ¿Acaso importa eso?
_ Todo es importante en un caso así. ¿Por qué razón pretendía el divorcio?
_ Por una crisis. Algo inevitable, naturalmente.
_ ¿Naturalmente?
_ Cuando una relación no es estable, sobreviene la crisis. Es algo que ocurre con reiterada frecuencia.
_ ¿Habló con su esposo de esto?
_ Sí, pero me negó la separación rotundamente. Él creía que las cosas se podían recomponer.
_ ¿Y usted, creía lo mismo?
_ No. Pero acepté la idea de esperar un tiempo más. Dicen que el tiempo todo lo cura.
_ En particular, hay algo que me intriga sobre la cena en el restaurante. El caballero que acompañaba a la señorita Lozada habló con usted en privado. Se puso nerviosa y vino corriendo hasta acá. ¿Qué fue eso, exactamente?
_ Lo conozco hace muchos años. Es mi asesor personal. Lo conocí por intermedio de la señorita Lozada. Él es su pareja. Tuve las peores sospechas respecto a Jorge…
_ ¿A qué se refiere?
_ Por nuestra crisis… Él se veía con otra mujer. Buscaba olvidar nuestros problemas en brazos de alguien más. Cuando advirtió que yo temía algo, entonces fue que quiso arreglar las cosas y pasó más tiempo conmigo. Me convenció de que sólo eran ideas mías. Mientras estaba en el restaurante, me llegó la noticia de que estaba con su amante en el hotel. Al llegar ahí… Me encontré con el horror_ se quebró._ Parece que el asesino quería que sea yo quien encuentre el cadáver de Jorge.
Me conmoví con lo último relatado. Dortmund, en cambio, no expresó ninguna clase de emociones. Esperó a que la señora Villafañe se sosegase para continuar indagándola. Procedió cuando lo creyó oportuno.
_ ¿Y la carta que entregó en manos del señor Vedia?
_ Ésa es la peor parte… Esteban tenía motivos para matar a mi marido. Fue del primero que sospeché cuando vi muerto a Jorge. Dicha carta… Es una acusación en su contra, en realidad.
_ Y usted lo extorsionó. ¿Adiviné?
_ Sí, pero lo hice porque no tengo pruebas que lo vinculen con el crimen. Es una manera de confirmar mis sospechas.
_ Es una mujer muy audaz. ¿Dónde consiguió esa carta?
_ Es un duplicado de la original. No tiene sentido saber de dónde la saqué.
_ Claro que no. Puedo imaginármelo. Recuerdo que cuando la visité el año pasado en su palacio de España la relación entre ustedes estaba mucho más tensa que ahora y la discusión giró en torno a un supuesto hijo, si mal no recuerdo.
_ Yo quería tener hijos y él no. Peleamos por ese tema varias veces. Pero decidimos esperar un tiempo en común acuerdo. Puede pensar lo que quiera, pero yo no le maté.
_ Los problemas entre su marido y usted, señora Villafañe, eran moneda corriente.
_ ¿Y qué pareja no los tiene? No existe el matrimonio perfecto, si de ello estaba usted convencido, Dortmund. Es un hombre de poca experiencia en el terreno del amor.
_ No esté usted tan segura al respecto. Estaba felizmente casado y muy bien cuando vivía en Irlanda. Pero todo cambió sustancialmente cuando vine para Argentina.
_ Lo sabía. Los rumores vuelan como aves en jaurías. Uno ya no puede tener secretos sin que el resto no se entere.
_ ¿No quiere decirme nada con respecto a la muerte de su criado? Fue un hecho que conmocionó a la opinión pública de todo el mundo.
_ ¿Qué tiene que ver con el asesinato de mi marido? Lo de Raimundo fue un desgraciado accidente. Así lo entendió la Justicia española. Está cerrado, es pasado.
_ Tiene que ver todo y nada, a la vez. Aunque no la veo muy conmovida por ése tema.
_ En estos instantes mi marido es la prioridad y quiero que se resuelva su muerte, lo que no implica que no me importe su lamentable deceso. Era un gran empleado y una persona maravillosa.
Finalmente, mi amigo la dejó ir. Un oficial la respaldó, con estrictas ordenes de un comisario de mantenerla vigilada en todo momento.
_ Es un caso bastante desconcertante_ dijo Dortmund, cuando la señora Villafañe se retiró_ Ella tenía motivos para matar a su marido. Pero usted y yo, doctor Tait, sabemos que estaba en el restaurante cuando todo sucedió.
_ Al igual que Vedia_ acoté.
_ ¿Entonces, quién asesinó al señor Laplaza y por qué? Es algo que subleva la inteligencia.
_ Y bien caballeros, ¿pudieron averiguar algo?_ nos preguntó el capitán Riestra.
_ Muy poco_ confesó mi amigo_ Pero ese poco es mucho. ¿Y usted?
_ Casi nada. Interrogué a algunos residentes; a personal del hotel… Nadie oyó nada ni vio movimientos extraños.
_ Es imposible percibir algo fuera de lo común en un hotel de estas dimensiones_ dije consternado.
_ ¿De qué murió?_ indagó Dortmund.
_ De un golpe en la cabeza, dado con total precisión_ replicó el capitán Riestra_ Fue con un cenicero. Lo golpearon con la punta del mismo. Hay vestigios de sangre en uno que hay sobre la mesa de luz que está en el comedor. La herida es compatible con la punta de tal objeto. Estoy convencido que el señor Laplaza estaba de espalda y el asesino lo sorprendió por detrás. Las cenizas desparramadas por el piso lo confirman.
Dortmund miró al capitán Riestra extrañado.
_ Sí, Dortmund_ acoté._ Había algunas cenizas dispersas por el piso de la habitación. Pero usted estaba tan concentrado en la historia en sí y en lo que pasó en el restaurante, que lo pasó por alto.
_ Había mucha cenizas y varias colillas de cigarrillos_ continuó el capitán Riestra,_ todas de la misma marca. Parece que el señor Laplaza estaba solo cuando murió y que era un fumador en exceso compulsivo.
_ O la otra persona no fumaba _ deduje en voz alta.
_ ¿Golpearlo con un cenicero sucio por un arrebato emocional de momento del asesino? No, eso sí que no, absolutamente no es posible. Pudo ir a la cocina y tomar un cuchillo, pudo agarrar cualquier otro adorno u objeto romo para matarlo. ¿Pero, un cenicero lleno de cenizas y de colillas de cigarrillos? No, es demasiado improbable_ reflexionó Sean Dortmund. Y su reflexión admito que era muy acertada.
_ No había olor a humo en el ambiente y la ventana estaba cerrada. Lo mataron en otra habitación y subieron el cuerpo_ agregó el capitán Riestra.
_ Imposible subir un cadáver de un cuatro a otro en un hotel, aunque pudieron esconderlo en el canasto de la ropa sucia y haberlo subido por el ascensor de servicio_ repuso mi amigo._ Pero es cierto que no había olor a humo en el ambiente, lo que sugiere que disfrazaron la escena adrede. Capitán Riestra, vea si las colillas de los cigarrillos tienen ADN y revisé las demás habitaciones, todas las que pueda, para descartar que la escena primaria sea otra, por favor, si es tan amable.
_ Haré lo que esté a mi alcance_ respondió complaciente nuestro amigo.
_ ¿Encontraron algo más de interés en la escena, capitán Riestra?
_ Un vaso de whisky lleno hasta la mitad. Le pedí a los técnicos que rescataran huellas, pero no espero encontrar más que las propias del señor Laplaza.
_ ¿La Embajada española está al tanto de lo sucedido?
_ Sí. Quería que sus miembros junto a investigadores traídos especialmente desde España resolviesen el caso. Lo querían para ellos solos. Pero pudimos mantenerlos al margen al hacerles ver que eso vulneraba todas las leyes y tratados internacionales y se abstuvieron de interceder por la fuerza. Es nuestra jurisdicción y así lo entendieron. Por supuesto, exigen que los mantengamos informados sobre todos los avances que surjan durante la investigación. Pero si en cuarenta y ocho horas no lo resolvemos, irremediablemente intervendrán, nos guste o no. No van a tolerar incongruencias de ninguna clase de parte de la Policía Federal.
_ Es tiempo suficiente para mí, capitán Riestra. Lo veo luego.
Y el capitán se retiró enseguida.
_ Muy interesante_ dijo mi amigo reflexivo, después de que Riestra se alejara._ En mi mente, las piezas del rompecabezas están sueltas pero estructuradas. Sólo falta unirlas.
Inmediatamente nos dirigimos a la habitación de Carlota Lozada. Nos recibió amablemente, con una agradable predisposición para ayudarnos a resolver este caso. Después de haberle hecho algunas preguntas de rutina, Dortmund examinó el cuarto detenidamente con la autorización pertinente de la señorita Lozada. Encontró varias pelucas y un vestuario variado distribuido entre vestidos, blusas, zapatos, remeras y pantalones de todos los estilos y formas.
_ ¿Estas prendas son parte de su show?_ demandó Dortmund.
_ Naturalmente_ respondió la actriz, calmadamente.
_ ¿Inclusive las pelucas?
_ Desde luego.
_ ¿Cuándo fue la última vez que vio al señor Laplaza con vida?
_ Ayer a la tarde, cuando volví de ensayar del teatro. Lo fui a ver a su habitación para hablar un rato y estaba muy nervioso, como si algo lo preocupara. Fumó una veintena de cigarros para intentar estabilizarse, pero nada pareció aliviarlo.
_ ¿Le dijo o le dio a entender el motivo de su preocupación?
_ No. Intenté disuadirlo para poder sonsacárselo pero no hubo forma. Jorge no abrió la boca en absoluto.
_ ¿Estaba solo cuando fue a verlo?
_ Sí, señor.
_ ¿Sabe dónde estaba la señora Villafañe en esos momentos?
_ Lo desconozco por completo, inspector Dortmund.
_ ¿La vio después?
_ No, no volví a verla hasta hoy a la tarde. Y luego la crucé en el restaurante. Usted estaba ahí, inspector Dortmund. Así que sabe que le estoy diciendo la verdad.
_ Nunca lo puse en duda, señorita Lozada. Una última cosa. ¿Los vio o los escuchó discutir al señor Laplaza y a la señora Villafañe?
_ No, para nada, señor.
_ ¿Y supongo que ustedes hablaron de diversas cosas de carácter personal?
_ En el estado de conmoción en el que se hallaba, fue imposible hablar algunas palabras con él.
_ ¿Permaneció mucho tiempo en la habitación del señor Laplaza, señorita Lozada?
_ Cerca de una hora, señor
_ ¿Nadie interrumpió en el cuarto durante el tiempo que usted permaneció allí?
_ No, inspector Dortmund, nadie ha molestado al señor Laplaza.
_ Le agradezco su tiempo. Su ayuda ha resultado muy valiosa, señorita Lozada.
La joven actriz hizo una mueca en respuesta al agradecimiento de mi amigo. E inmediatamente nos retiramos de la habitación.
_ Capitán Riestra_ dijo mi amigo, cuando lo encontramos abajo._ Revisaron el vaso de whisky y encontraron restos de nicotina. ¿O deduzco mal?
Tanto el capitán como yo miramos a Dortmund completamente perplejos.
_ Sí, su deducción es correcta_ confirmó nuestro amigo algo confundido._ Pero, el señor Jorge Rafael Laplaza murió por la contusión del golpe en la cabeza.
_ Es difícil creer eso estando recostado en la cama boca arriba y con los brazos perfectamente apoyados sobre los bordes de la almohada. Desde el comienzo del caso supe que todo se trató de una vil farsa desde siempre. Ya sé quién asesinó al señor Laplaza y sé el motivo del asesinato. Y reconozco que sobre ése punto estuve equivocado completamente en un principio, hasta ahora que lo veo todo con mucha mayor claridad y transparencia. Capitán Riestra, haga el favor de convocar a una reunión personal a las señoritas Lozada y Villafañe. Deseo hablar con ellas sobre algo que me carcome el pensamiento.
El capitán obedeció. Dortmund las invitó a sentarse juntas en dos sillas que el inspector dispuso especialmente para la ocasión en el centro de la sala de reuniones del hotel. El capitán y yo tomamos nuestros respectivos lugares al lado suyo, en tanto que Dortmund se quedó de pie.
_ Voy a contarles en detalle y brevemente lo que pasó_ comenzó mi amigo_ Usted y yo, doctor Tait, vimos a la señora Villafañe que cenaba en el restaurante la noche del asesinato, ¿cierto?
Asentí con la cabeza.
_ El show continuó para la señorita Lozada_ siguió_ cuando tomó el lugar de Raquel Villafañe, ayer a la noche, mientras ella mataba a su propio marido.
_ ¡¿Qué?!_ Exclamé estupefacto.
_ Así es. Acabo de encontrar pelucas guardadas en el armario de la actriz. Una en particular me llamó la atención_ y nos la exhibió._ Como ven, es igual al cabello de la señora Villafañe. Y no nada difícil para alguien con experiencia, como la señorita Lozada, tomar el lugar de otra persona. Fue sencillo deducirlo porque la señora Villafañe que yo vi en el restaurante no era físicamente igual a la que yo interrogué horas más tarde. Se darán cuenta que ambas son bastantes diferentes. La excusa perfecta de la señorita Lozada fue decirme que las pelucas y el vestuario eran parte de su espectáculo, pero sabemos que ella sale a escena de manera natural: sin maquillaje ni pelucas ni vestuario alguno. Pero el plan tiene una segunda parte y consiste en culpar a Esteban Vedia. La solución fue la carta. ¿Por qué el señor Vedia? Supongo porque sabía todo y no era propicio matarlo porque las sospechas se acrecentarían. Ésa carta fue escrita por él mismo y yo era su destinatario. Villafañe lo descubrió y, en vez de matarlo, optó por alterar algunos rasgos de la carta. Suprimió el "la" de "ella", que hacía alusión a su persona, y acentuó la "e" del "el" resultante. Luego eliminó la firma y el remitente. El problema estaba resuelto y no fue difícil para ella manipularlo y extorsionarlo. Además, en su declaración, acusó al señor Vedia, desde luego. Pero no resultó ser tan inteligente como yo suponía. Si realmente hubiera estado en el restaurante, sabría que él nunca pudo cometer el asesinato porque estaba cenando allí, cuando todo sucedió. Ahora bien, Vedia necesitaba, de alguna forma, comunicarme la verdad. Fue discretamente hasta el cuarto de servicio del personal del hotel y se apropió de un traje de botones que encontró al azar. Entonces ya, bajo la apariencia de un empleado del hotel, fue a buscarme personalmente para decirme que el señor Laplaza quería hablar conmigo, y aprovechó la ocasión para deslizar en mi bolsillo una nota que decía: "Raquel Villafañe. Búsquela a ella". Ella observó, desde el piso de arriba, que yo bajaba a su piso por el ascensor principal. Se apresuró a subir por el otro ascensor y preparó la escena, rápidamente. Luego volvió por las escaleras. Creo que fue la situación de la carta lo que la alteró en el restaurante, señorita Lozada. Y tuvo que ir a avisarle a la verdadera señora Villafañe lo acaecido.
Este era el plan madre para asesinar resueltamente al señor Laplaza. Torpemente planificado pero efectivo. Y algunos detalles de este plan me abrieron los ojos frente a algunos detalles que a primera vista no cuadraban en la escena. Pero algo lo alteró , algo que no estaba en la mente de nadie y que obligó a un cambio de planes a último momento.
Para comprenderlo de mejor manera, empecemos desde el comienzo. ¿Cómo fue en sí el asesinato del señor Laplaza? La posición del cuerpo boca arriba sobre la cama contradecía de forma concluyente el hecho de que le asestaron un golpe en la nuca con el cenicero. Y más aún, existía el hecho de que el cenicero conservaba restos de cenizas y de colillas de cigarrillos que ensuciaron el piso de la habitación deliberadamente. Cuando examinè el cuarto, torpe de mí, omití inconscientemente ése detalle tan obvio y singular a primera vista. Yo, que soy un gran observador y detallista por naturaleza, no lo percibí. Y luego, el capitán Riestra, me hizo ver que no había olor a humo impregnado en el ambiente. Al principio no lo entendí, pero luego lo supe: todo ése cúmulo de cigarrillos fueron fumados el día anterior. Y ése detalle me lo confirmó la señorita Lozada cuando la interrogué recientemente, que me dijo que visitó al señor Laplaza ayer y que una situación crítica lo mantenía intranquilo y fumó una gran cantidad de puros en poco tiempo. ¿Y hoy no fumó ni uno? Quizás sí, pero no precisamente dentro del cuatro propiamente dicho o mismo dentro del hotel, sino en algún lugar afuera.
Había algo que me parecía inusual en todo este asunto, y casi inmediatamente lo recordé cuando me puse a pensar en la visita que le hice a usted, señora Villafañe, el año pasado en Barcelona, en la que tuve el honor de conocer y trabar algunas conversaciones con el mismísimo señor Jorge Rafael Laplaza. Y tengo en mente, muy a flor de piel, un dato trascendental que el señor Laplaza me confió aquélla vez: odiaba los cigarrillos, los detestaba con toda su alma. Había algo inquietante detrás de todo esto. Una persona que admite odiar los cigarrillos no va a fumar de a mil al año siguiente de su declaración. Y fue ahí cuando lo asocié al hecho de que la persona que era realmente un adicto férreo a los cigarrillos era Horacio Gaspacho, un doble del señor Laplaza, quien tomaba su lugar frente a la prensa o frente a un grupo de personas que pudiera reconocerlo mismo en la calle o en grandes eventos a nivel nacional. La misión del señor Gaspacho era desviar la atención del verdadero señor Laplaza para que no lo atocigaran todo el tiempo, para que no lo presionaran y que pudiera disfrutar más de su vida como cualquier persona normal. Ésa es la misión de cualquier doble que ocupa el lugar de una celebridad. Y le pagan muy bien por sus servicios. Pero ése recuerdo me llevó a otro anterior: el extraño accidente que sufrió uno de los sirvientes del Palacio Real al caer escaleras abajo y fracturarse el cuello, lo que le produjo la muerte al instante. La versión oficial daba cuenta de que este pobre sirviente de la Corona Española le bajó la presión de golpe, se mareó y entonces fue cuando se precipitó al vacío rodando por las escaleras hasta la planta baja y muriendo en el acto. Su muerte fue declarada como accidental y el caso se cerró. ¿Pudo esto generar una crisis emocional en el señor Laplaza y haber querido aplacar ésa crisis a través del consumo de cigarrillos? La idea me seguía resultando absolutamente improbable. Y recuerdo que desde ése momento me pregunté: "¿Y si realmente al sirviente lo mataron? ¿Y si el sirviente no era en realidad un sirviente y se trataba en verdad del verdadero Jorge Rafael Laplaza?". Ésa idea, admito, me convenció más que todas las demás. Supuse que al señor Laplaza lo envenenaron con nicotina que le suministró la propia señora Villafañe en alguna bebida o comida. Recuerdo perfectamente que había un frasco de ésa sustancia dando vueltas adentro del palacio y al alcance de cualquiera. Inmediatamente después de su ingesta, el señor Laplaza comenzó a sentir los efectos del veneno, se acercó hasta la escalera para bajar a pedir ayuda y cuando se puso justo sobre el borde a punto de bajar, la señora Villafañe lo empujó por atrás y le dio el toque de gracia final. Y con ayuda del señor Gaspacho, vistieron el cuerpo del señor Laplaza como si fuera uno de los sirvientes de la Corona para evitar un gran escándalo tanto a nivel nacional como a nivel internacional. Y por la misma razón, el señor Horacio Gaspacho tomó definitivamente el lugar de su reemplazado, claramente bajo las constantes amenazas de la propia señora Villafañe. Por eso, capitán Riestra, asocié que el vaso de whisky de la escena debía contener restos de nicotina en su interior. Una dosis considerablemente elevada en el organismo de un fumador compulsivo produce la muerte en cuestión de escasos segundos. Bebió un sorbo, se mareó y cayó muerto sobre su cama. El asesino fue a ver a la víctima con alguna excusa convincente, entró, vio el vaso de whisky recién servido y vertió en su interior cautelosamente la nicotina. Y fue verdaderamente esto lo que alteró a la falsa Raquel Villafañe en el restaurante cuando se enteró de la repentina muerte del señor Gaspacho, porque sabía que yo podía relacionar este incidente con el que acabo de exponer ocurrido el año pasado en Barcelona, del que ella tenía pleno conocimiento por boca de la genuina señora Villafañe; y por ésa asociación, podría descubrir toda la verdad y no podía arriesgarse. Así qué, fue urgente a avisarle de todo esto a ella, quien ni bien se enteró, fue corriendo hasta la habitación del señor Laplaza, mejor dicho, del señor Gaspacho; tomó el cenicero casi por instinto y sin pensar, se acercó hasta el cuerpo y le asestó un golpe seco en la parte de atrás de la cabeza, a la altura de la nuca, para crear la falsa idea de que lo atacaron por atrás de sorpresa. Pero cuando se dispuso a acomodar el cuerpo boca abajo, yo ya estaba notificado del crimen y se apresuró a escapar antes de que yo llegara. Por eso encontré la puerta abierta cuando llegué. Esteban Vedia debió sospechar algo cuando presenció toda la escena montada que tuvo lugar en el restaurante y se apresuró a actuar de inmediato. Escribió rápidamente la carta que iba dirigida a mí y cuando iba a buscarme, la señora Villafañe lo interceptó y lo extorsionó, modificando el aspecto de la misiva y fingiendo que eso era una acusación en contra del propio señor Vedia. Pero él se acercó a mí y me hizo saber la verdad de una manera hábilmente pensada.
_ ¿Es que acaso no pensaban matarlo de todas formas?_ protesté indeciso.
_ Sí, por supuesto_ respondió Dortmund._ Pero, la repentina muerte del señor Gaspacho alteró completamente todos los planes. Lo que yo expuse al comienzo del relato era, reitero; el plan original, no el ejecutado en realidad. Pero seguí la idea del plan original para que me guiara a la verdad irrefutable de lo realmente sucedido a partir del detalle del cuerpo porque como bien dije al comienzo, había algunos aspectos que me resultaban sospechosamente inusuales.
_ ¿Cómo se supo que el señor Laplaza, Gaspacho o quien sea que fuera, había muerto?_ interrogó el capitán Riestra, desorientado.
_ Sólo podía saberlo la persona que lo envenenó.
_ El asesor personal de Raquel Villafañe.
_ Se equivoca, capitán Riestra. Fue el señor Vedia el que lo pensó, el que le dio a su asesor personal la nicotina y aquél lo ejecutó. La carta que originalmente serviría de coartada para el señor Vedia, en realidad lo fue también para la señora Villafañe porque así lo planearon y así debía ser. Al echarse la culpa entre ambos y con la carta intencionalmente alterada, nadie se fijaría en ellos dos como potenciales sospechosos del asesinato, porque la Policía averiguaría de un momento a otro la muerte del aparente criado el año pasado, sus circunstancias y lo relacionarían enseguida con el asesinato ocurrido en este hotel.
_ Es una historia admirable_ intervino con lascivia, Raquel Villafañe. _ Pero le falta el motivo. Según su manera de interpretar los hechos, ¿a qué responde toda este sensacional despliegue?
_ Recuerdo muy bien que usted discutió con su esposo hace un año atrás por un hijo que apareció de por medio. Me lo confirmó cuando la interrogué hoy y le restó importancia al tema, diciéndome que sólo habían hablado de la idea de tener un hijo y que se pusieron de acuerdo para esperar el momento adecuado para llevarlo a cabo. Pero en realidad, el señor Laplaza no quería tener hijos, a diferencia suya, que sí quería. Y de hecho, usted quedó embarazada, lo que enfureció al señor Laplaza y la obligó a abortar. Usted accedió a satisfacer los deseos de su esposo porque lo amaba mucho y haría cualquier cosa en sacrificio suyo, inclusive abortar un embarazo. Pero usted no abortó, sino que dio a luz igual al bebé, al que dejó en cuidado de sus padres, o de algún otro pariente o conocido de confianza. Pero Jorge Rafael Laplaza descubrió que lo engañó, y antes de que un gran escándalo viera la luz, lo mató envenenádolo, como describí anteriormente para silenciarlo. Entonces, Horacio Gaspacho tomó su lugar y se cruzó con otro secreto más, que ni él mismo se esperaba: su relación sentimental con Esteban Vedia. Y ante el temor de que el señor Gaspacho pudiera hablar y ventilar todo el drama al público, decidieron matarlo. Y eligieron su visita oficial acá a Argentina para llevar a cabo su extraordinario plan. Pero lo cierto es que uno no sabía del plan del otro. Ambos querían matarlo por una misma causa sn común, pero la señora Villafañe no pensó que su amante ya había planificado algo, que lo involucraba a su asesor personal como cómplice del asesinato y Esteban Vedia no se imaginó a su vez que la señora Villafañe también tenía en mente un plan para asesinar al señor Gaspacho, que lo excluía a él de sus planes. Sólo fue cuestión de que uno de los dos atacara primero. ¿Fue una traición? Quizás sí, pero eso es lo de menos, porque después de todo, ambos se pusieron de acuerdo para cubrirse mutuamente.
_ ¡No tiene pruebas!_ Protestó la actriz.
_ ¿Cree que no?_ Y extrajo de su bolsillo la carta, la nota y una fotografía en la que Raquel Villafañe alzaba en sus brazos a un bebé, felizmente emocionada._ Nunca esconda pruebas incriminatorias en los lugares más previsibles, porque en esos rincones es donde la Policía suele hurgar de arranque.
_ ¿Dónde lo encontró?
_ Estaba oculta entre sus cosas, ciertamente. Por eso mi sincero consejo y por eso g más no me preocupé en ir a buscar al botones, porque sabía que se trataba del señor Vedia. Cuando veo un rostro por primera y única vez, difícilmente se me olvida. Pero, me atrevo a asegurar que la fotografía no estuvo muy bien oculta. Así Horacio Gaspacho la encontró por mero accidente y supo la verdad de todo. Y su moral, arriesgo lo que sea, no le permitió sobornar a la señora Villafañe. Aún así, el señor Gaspacho hubiese muerto igual.
_ Pero si Carlota Lozada hizo el papel de Raquel Villafañe en base a la idea del plan original, ¿quién era la Carlota Lozada que vimos en el restaurante?_ indagué indeciso.
_ Una amiga de ella. Tienen la misma contextura física y con las mismas ropas, nadie notaría la diferencia a simple vista. Vi también una foto de ella entre sus pertenencias.
La señora Villafañe se puso de pie, ofuscada, y clavó su mirada en el rostro de mi amigo.
_ Nunca creí que fuera usted tan listo, inspector Dortmund_ dijo al fin, la señora Villafañe.
_ Para desgracia suya, señora Villafañe, mi memoria es mi mayor privilegio y lo que me dio tanto prestigio a lo largo del tiempo en ésta profesión.
_ Se portó mal conmigo. Pero según creo, hay que aprender a perdonar a los enemigos. Y un caballero de su rango no debería darle jamás estos tratos especiales a una dama tan refinada como yo.
_ No soy experto en tratos especiales con damas que asesinaron a su marido_ remató Dortmund, con vital precisión.


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