Cuento*: | Caminó bajo el amparo de la luna llena. Las imágenes proyectadas por el fulgor del satélite, hacían ver el sendero tenebroso. Suave brisa acariciaba sus mejillas, y su kimono de satén, resaltaba su inmensa belleza. Quiso viajar ¡Cansada estaba!
¡Algo hay que inyectar a la mente para que la lucidez florezca, o la locura en su inmenso frenesí, permanezca incólume! El arrebato llegó. ¡Silente y cristalino! Cual fuente sacra que aquella noche bañó su rostro. Solo ella, manejaba el vaivén de su espíritu y la placidez de su alma. Empacó maletas llevando lo indispensable. Que a todas luces; cupo en su diminuto sujetador de rosas y azucenas. Lo demás, en su corazón latía. Perros y lobos aullaban presagiando un peligro eventual. Apresuró el paso. La libélula dorada en su aletear proyectaba en el epicentro del sendero, halos de luz. Se detuvo en la ladera del gran árbol. Espero un instante que se hizo eternidad. De pronto, este abrió sus grandes fauces, atrayéndola con fuerza al centro de su cepa. Descendió presurosa por las escalinatas de cristal, hasta encontrar la entrada del templo sagrado. Pulsó con delicadeza el hilo conductor, y ante sus ojos, la entrada se hizo visible. Un gran libro de hojas doradas y escritura interlineada, quedó entre sus blancas manos. Sus verdes pupilas se hicieron lunas, e ipso facto: pasado, presente y futuro se hizo evidente.
Su cuerpo estremeció, y una gota de sudor frío declinó, en el epicentro del libro sacro de su existencia.
¡Pálida e impasible Ante las alas de la muerte!
¡Oh, juventud, alma perdida Yace en mi ser, cual tumba herida!
¡Sed de labios ajados Ápice de momentos!
¡Han fenecido mis sueños En lacerado tormento!
Luz Marina Méndez Carrillo/06082019/Derechos de autor reservados. |
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