Publica Tu Cuento: El libro

Nombre*:Gabriel Rodríguez-Páez
Web Site (Opcional):https://youtube.com/channel/UCHO4k4eGxhYttGnw413d8Bw
Género*:Terror
Título*:El libro
Cuento*:Logró conseguirlo luego de visitar innumerables bibliotecas, de caminar por calles atestadas de libros ofrecidos sobre el asfalto, de preguntar aquí y allá y seguir pesquisas (la mayoría falsas) sobre alguien que todavía conservara un ejemplar original de aquella tirada maligna que provocó lo que, muchos años atrás, se conoció como el Sacrificio de la Feria del Libro, en Bogotá. Se lo entregó una niña entre lágrimas: en su lenguaje pueril, lo culpaba de la muerte de su madre. No se tomó la molestia de verificar su autenticidad: como apareció en los periódicos, la portada era negra, tapa dura, y el título estaba escrito en letras doradas repujadas con caracteres góticos: "La caída: versión de Laurent Duvall". Y en la parte de abajo, el sello de la Editorial El Ánfora. Se notaba a simple vista, por la textura desgastada del lomo y el color amarillento de las páginas, que ya había pasado por muchas manos antes de llegar a las suyas. «Diez mil ejemplares y tanta sangre que corrió» se dijo mientras lo guardaba en el maletín.
En la seguridad de su estudio, lo puso sobre su escritorio y tomó distancia de él. Quería figurarse cómo ese singular ejemplar llevó a tantos al suicidio o qué arcano sombrío encerraban sus hojas para llevar, al que lo leía, a tomar la decisión final. Los diarios especularon sobre una maldición que lo condenaba desde su escritura, cuando todavía era manuscrito. Hace muchos años las noticias fueron espantosas: disparos aislados en las casas que se repetían por noches, gente cayendo desde los edificios sin razón con el libro en la mano, otros degollándose con un bolígrafo... tenerlo tan cerca le crispaba el ánimo sin atreverse a ojearlo. Para esclarecer el halo de misterio, decidió investigarlo para su tesis de grado en Literatura Hispanoamericana. Se decía que bastaba solamente el acto irresponsable de abrirlo para que, quien lo hiciera, se matara. La teoría la extrajo de un diario sensacionalista que aseguró haber entrevistado a un sobreviviente. En el reportaje declaró que, entrada la noche, cuando lo abrió para continuar su lectura, una depresión inefable y dolorosa le apretó el pecho hasta el desvanecimiento. El desaliento se apoderó de sus miembros y toda la tristeza sufrida a lo largo de su vida se le subió a la cabeza hasta inmovilizarlo. Luego vio que la tinta de las letras del libro se derramaba convirtiéndose en una sustancia viscosa y densa que lentamente inundó la habitación, las paredes, la cama donde leía. Por eso le tomó varias horas, algunas tazas de café y muchos cigarrillos, decidirse. «Es simplemente una novela, nada más que eso» susurraba mientras recorría las líneas del primer capítulo. Sabía cuál era su argumento, su discurso sobre el corazón desamorado, su dilema entre amar a una mujer o disfrutar de muchas y su final desalentador: lo averiguó de un amigo que vivía en España, donde se comercializaba libremente y no se habían establecido incidentes por su lectura. A medida que pasaba la noche y seguía leyendo, sus temores se fueron amainando hasta que se le olvidó delante de qué libro estaba. Lo disfrutaba. Pensó con sorna en todos aquellos lectores anteriores a él que lo abrieron y estúpidamente apretaron un bolígrafo contra su cuello, o los que pusieron el indolente metal del revólver en su sien y halaron el gatillo; incluso se burló de aquellos que, con ese libro en la mano, se lanzaron al vacío. «No es para tanto» decía con hilaridad al tanto que se devolvía sobre las páginas para cerciorarse de los detalles de la trama. Concluyó con frustración, aunque también con satisfacción, que no tendría material para su tesis, hasta que un golpe seco y retumbante dentro de su pecho lo hizo detenerse. Un escalofrío lo recorrió y, como lo había leído en el pasquín del que se burlaba, la depresión insondable y siniestra empezó a apoderarse de sus sentidos. Como los periódicos describían la escena recurrente de suicidio, hace tantos años, acercó un bolígrafo a su cuello y lo hundió hasta alcanzar la vena aorta. Se desangraba sobre el libro, consciente de que su mano actuaba con voluntad propia, indiferente a su último aliento.
Cuando lo encontraron, el libro apenas tenía alguna mancha de sangre.

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