Cuento*: | Un traje blanco bordado de flores y diademas que se ajustaba a su cuerpo regordete, y un velo traslúcido que cubría su rostro, extendiéndose espalda abajo, hasta alcanzar los blancos abedules, la asemejaban a una novia feliz. Su tez blanca, hermosa sonrisa y larga cabellera trenzada, hacían juego a la perfección. Con tranquilidad pasmosa y ante la inquietud de la pupila, se metió en un ataúd color caoba. Quise detenerla, y sin lograrlo, bajó la tapa obstruyendo el alcance de las miradas. El tic tac del reloj repicaba al vaivén de mi blanca túnica, anticipándose al paso lento y agónico del rey Cronos. De mis blancas manos deslizaban gotas frías. No era la primera vez, que una esfera celeste en el sendero onírico, me permitía ver más allá de las blancas estrellas. Serví un café, acercando la taza cristalina a la ventana, queriendo borrar, quizás, aquella imagen que se había tatuado en lo profundo de mi existencia. Deambuló mi mente por extraños parajes, queriendo dar forma y sentido a esos sucesos inquietantes que solo yo podía conocer. Subiendo las escalinatas, pude ver cómodamente sentado en su sillón, al jefe, hojeando el periódico y sus sangrientas noticias. Lector insaciable de literatura universal e historia contemporánea. Al tocar la puerta de vidrio cincelado, un sudor frío me sacudió con una intensidad enfermiza. La veo sentada con el auricular en el oído. Sonríe, agita entre los dedos su lápiz labial. Nos saludamos con una sonrisa. El día trascurre en relativa calma. Al atardecer, caminamos juntas en el parque. Hablamos de cosas, de mujeres, de hombres y de amores. ¡Y dentro de mí, el infierno aquel! El firmamento pinta de azul divino su blanca estrella, acercándose imperceptible a la hora del silencio, del misterio, de la magia, de la vida, de la muerte. ¡Piélago que invita a la literatura, la poesía, la bohemia! Noche, noche mágica, noche trágica. Hay sueños que escapan de entre mis dedos, y hay otros que, me arrastran a la cúspide suprema. Y otros, esos otros, hilo imperceptible que ata mi alma al destino de un desconocido. Un aire de miedo, tristeza e impotencia me invade. Ocho lunas, contadas una a una, con sus radiantes soles, y quise hablar, quise cortar el aliento a las mariposas que se ahogan en mi garganta… Y al compás de una bebida aromatizante, en silencio y a los gritos, dije: Amiga, querida amiga. Estas noches soñé contigo. Era un sueño extraño, tan extraño, que te vi vestida de novia metiéndote en un ataúd. Le miré su rostro más blanco que la leche. ¡Un instante, una eternidad! Sentada, observando a través del amplio ventanal, palpo la soledad segundo a segundo. ¡Pesa el corazón! El teléfono, en su agitar, se hace escuchar repetidas veces; descuelgo el auricular y nadie al otro lado. El entrecejo se frunce y el corazón se inquieta. ¡La bóveda celeste extiende su manto sacro! Ya en mi lecho. ¡Un hálito horadó mi estómago! ¡Un suspiro hecho eternidad! Y a lo lejos, una mancha roja como la sangre, envuelve el último hálito de vida de un hombre que, expira, lento, muy lento, ante la mirada impávida de muchas almas; y una hija que, ipso facto, se ha sumido en las aguas profundas de una cruel desolación. Mientras… ¡Una lágrima hecha sangre rodó por mis mejillas! * LuzMarinaMéndezCarrillo/ 25/11/2022/ Derechos de autor reservados. Obra registrada en Cedro-España/ https://www.cedro.org/ |
Se puede leer igual en: https://mendezluzma.blogspot.com/2022/11/premonicion_23.html
ResponderBorrar