Cuento*: | La Universidad de Heatherfield es el vivo testimonio de que alguien debe a veces recibir el gélido abrazo de las sombras para que los demás sigan sintiendo el sol sobre sus cabezas, y de que la verdadera perfección es imperfecta. Y es reconocida por tener estudiantes jóvenes con talentos académicos y deportivos. Entre las muchas actividades que dan prestigio a la escuela, está la natación. Hace tiempo, Jack Parker y Billy Miller se disputaban el liderazgo del equipo de nado de la institución. Esta dicotomía se explica con el carácter de ambos jóvenes: Billy era un típico niño mimado y rico que compraba al entrenador con mejoras para el equipo; en cambio, Jack era un chico amable que, con su carisma, logró ganar el apoyo del resto del equipo. Eran las dos caras de la moneda. Jack no les temía a los retos, era un buen competidor y siempre daba el 100 % en las competencias y los entrenamientos; Billy, en cambio, tenía el ego tan alto que terminaba siendo un acosador, incapaz de soportar que alguien destacara más que él, con talento indudablemente, pero mal encaminado. Esta rivalidad estaba escrita en piedra, pero ¿serviría para sacar lo mejor el uno del otro o iban a hacerse añicos en el camino a la cima? El espíritu competitivo de este par estaba presente en cada entrenamiento, pero la alberca se convertiría en un campo de guerra desde el momento en que Heatherfield anunciara un campeonato interuniversitario, cuyo atractivo premio económico emocionó a propios y extraños. Si bien el dinero les parecía bastante tentador, el verdadero premio era que, quien ganara, se convertiría en el único capitán del equipo. Ambos muchachos entrenaron con mucho ahínco; sin embargo, Jack se perfilaba como el favorito, por lo que Billy decidió negociar como mejor sabía: intimidando. Dos días antes de la competencia, esperó a que Jack estuviera solo en los vestidores y lo acorraló contra los lockers para amenazarlo. — ¿Sabes que ganar este campeonato puede resultar dañino para tu salud? — No te tengo miedo Billy, así que déjame en paz. Jack no se inmutó y siguió ordenando su mochila, lo que cegó de ira a Billy quien, sin pestañear, lo derribó de un puñetazo. Cuando Jack recobró el aliento, se incorporó, pero no para seguir la pelea. Se contentó con dejar claro el desprecio que sentía por su agresor: — ¡Qué lástima me das Billy!
"Lástima". Billy hirvió de rabia y pena al escuchar estas palabras, él estaba hecho para infundir respeto, miedo si era necesario, pero ¿lástima? No iba a permitir que nadie sintiera eso por él, menos el chico que estaba haciendo tambalear su dominio del equipo. Llegó el día del interuniversitario, la escuela parecía de fiesta, el ánimo de todos bullía y la tensión se sentía en el ambiente. Las gradas de la alberca se llenaron como nunca antes, todo estaba listo y por fin, a la hora acordada, se dio la señal de inicio. Todos los contendientes se lanzaron a la alberca y se enfrascaron en una reñida batalla de la que Jack, como se esperaba, resultó ganador. Agotado, salió de la alberca y se dirigió al pódium para la premiación. No había rastros de Billy; se había esfumado. Una vez terminada la competencia, se dirigió a los vestidores y mientras se duchaba, sintió un terrible e inexplicable golpe. Jack estaba seguro de ser el único en el lugar, ¿qué estaba pasando? Abrió los ojos y pudo ver a Billy, con su mirada inyectada de rabia. Era él quien lo golpeaba una y otra vez con un bate de béisbol. — ¿Aún te doy lástima, Parker? Veamos qué tan fuertes son las piernas del nuevo capitán. El odio y la pena dominaban a Billy; cuando menos se dio cuenta, su bate estaba golpeando repetidas veces las piernas de Jack; el chico, desnudo y en shock, no podía defenderse. Terminó en el piso, intentando cubrirse de los batazos que no paraba de recibir, ni por misericordia. Poco a poco, sus gritos se fueron apagando, igual que su vida. Jack murió allí mismo, sin más compañía que su agresor y el agua de la regadera. Billy escondió el bate en uno de los plafones del vestidor y huyó del lugar agitado; no daba crédito a lo que acababa de hacer, su compañero había muerto ante sus ojos y por su mano. Mientras intentaba fugarse, no podía dejar de repetir la escena en su mente y le pedía al cielo que nadie se cruzara en su camino, lamentablemente no tuvo la suerte que deseaba. Cuando lo interrogaron por su actitud nerviosa, con mucha sangre fría dijo que venía de los vestidores, que Jack se había resbalado en la ducha y que estaba buscando ayuda. La realidad no podía estar más alejada de sus palabras. La universidad avisó a las autoridades y contrató a un detective privado para que les ayudara a deslindarse de las responsabilidades correspondientes, resguardando su buen prestigio. El agua ayudó a ocultar muchas de las pistas, pero en la autopsia el cadáver contó la historia tal como ocurrió y el detective, como si conociera de primera mano a ambos muchachos y su historia, dio con todas las pruebas necesarias para hundir en la cárcel a Billy Miller. El tiempo transcurrió y la historia del nadador que había sido brutalmente asesinado en las regaderas se volvió un cuento de terror para hacerle bromas a los de primer año. La Universidad había retomado su vida habitual, los alumnos comenzaban el curso y, dos años más tarde, a inicios de otoño, se levantó el duelo del equipo de natación. Decidieron reorganizarse y para ello, volvieron a planear una competencia en memoria de Jack; para hacerlo más atractivo, invitaron a algunos atletas que estaban por calificar a las olimpiadas. El gancho fue efectivo, muchos estudiantes se anotaron, emocionados de medir sus fuerzas y habilidades contra los profesionales que los visitarían. Entre los participantes se encontraban Brian Williams y Joshua Brown, quienes eran la confirmación de que la historia tiende a repetirse. Brian tenía menos herramientas emocionales y constancia, pero más fuerza que muchos. Joshua era más ágil, pero menos popular. Brian sabía que, si perdía contra Joshua, se convertiría en la burla de toda la escuela. Asustado por la posibilidad de no ganar, consideró que lo mejor que podía hacer era amenazar a Joshua para que este desistiera de la competencia. Así, un día de entrenamiento, lo siguió hasta los vestidores y lo acorraló.
— Escucha, mocoso. Esta es tu última oportunidad para no competir. Di que te enfermaste o algo ¡no sé! Pero si no quieres que tu estancia aquí se vuelva un infierno, no llegarás a la alberca el día de la competencia. Joshua tembló un poco, no obstante, sabía que no podía mostrar miedo, así que decidió dejar claro que no estaba dispuesto a dejarse ganar tan fácilmente. — Tal parece de lo que se rumora aquí es cierto: existe gente con un ego tan fuerte como pobre es su intelecto. Brian, molesto por la osadía de su némesis, se le fue encima y, cuando estuvo a punto de golpearlo, las puertas de los lockers se abrieron con un ruido seco y se escuchó a una voz que llenó cada rincón del vestidor. — ¡Suéltalo, o tus días terminarán pronto! Brian, espantado y sorprendido, soltó a Joshua y se fue, no sin antes recordarle lo que le había dicho momentos antes. — Ya sabes, Brown. No quiero verte aquí mañana. Brian no pudo dejar de pensar en la tenebrosa voz que había escuchado esa tarde. Cuando por fin logró quedarse dormido, soñó con un muchacho que portaba el uniforme de natación de la universidad; este lo miró fijamente y, con una voz firme, declaró: — Si mañana gana Joshua y tú te atreves a hacerle algo, acabarás como yo: MUERTO. — ¿Quién eres? Sé que te he visto en algún lado. — Solo quiero que sepas que Joshua no está solo, y que, si sigues por este camino, tu final no será el mejor. — ¡Ya sé! Eres el chico de la historia ¡Jackson Par…! Antes de poder terminar la oración, Brian despertó aterrado, con escalofríos y un sudor helado, recorriéndole la espalda. Se levantó de la cama como pudo y trató de olvidar ese tonto sueño. Pasó toda la mañana recordándose que tenía una única meta: ganar la competencia a como diera lugar, incluso si eso implicaba un poco de dolor (pero no el suyo). Más tarde, ya en la universidad, abrió su locker para comenzar a prepararse, sacó sus cosas y, al cerrar la puerta, se materializó el espectro de Jack para darle un ultimátum: — Si lastimas a Joshua, despídete de este mundo. Brian dio un paso hacia atrás tropezando con un bote de basura, le cambió el semblante y palideció; como pudo, se incorporó y fue corriendo a su sitio de arranque en la piscina. Enfocó toda su ira en la reñida contienda; en el fondo sentía miedo, no tanto por lo que pasó en los vestidores, sino por sus contrincantes, pero tuvo las fuerzas para dejar de lado cualquier temor que pudiera entorpecer su desempeño y dio su mayor esfuerzo.
A pesar de eso, llegó en segundo sitio. Salió de la piscina y su orgullo se hizo pedazos cuando escuchó a todas las personas en las gradas vitorear el nombre de Joshua. Con un nudo en la garganta y lágrimas a punto de salir de sus ojos, fue directo a las regaderas y luego a casa sin siquiera haber recibido su medalla de segundo lugar. ¿Cómo iba a dejar que toda la universidad lo viera en segundo? El día siguiente estuvo tan nublado como el humor de Brian quien, luego de investigar más sobre la historia de Jack y Billy, había ido a las gradas de la piscina para escribir en su diario, intentando reflexionar sobre lo que pasó en la dichosa competencia, pero cada que su mente recordaba lo sucedido, su corazón se llenaba de decepción. Estoy a punto de partir de mí; siento cómo me voy con el aire que me da la vida y lo que se queda de mí se transforma en un ser temeroso. Siento como el monstruo que sé que reside en mi interior me carcome y tengo miedo de lo que puede llegar a hacer. Lo peor es que mi coraje es conmigo, conmigo y con ese estúpido ego que me ciega y que me arrebató la oportunidad de ganar. De nada sirve esconder mi frustración con miradas intimidantes o dañando a gente que nunca ha sido mala conmigo para no ser cuestionado. La realidad es que, por más que trate, me siento igual de vacío. ¡Esto se acabó, no más! Brian se puso de pie, y dijo con voz firme y alta: Para que cambie mi vida tengo que dejar ir lo que me ha arruinado tanto tiempo. Voy a hablar con Joshua, no quiero terminar como Billy. Salió del área deportiva decidido a encontrarse con Joshua y pedirle una disculpa para iniciar con el pie derecho una nueva forma de ver el mundo. Mientras caminaba entre la bruma que desprendía el contraste del agua tibia de la piscina con el gélido día, distinguió algo como una sombra, o mejor dicho la silueta de una persona que sonreía y no necesitó ninguna explicación. Brian sabía que ese ser misterioso era Jack. — Gracias por enseñarme el camino correcto— dijo Brian con lágrimas en los ojos. — Gracias a ti, muchacho. Yo pude haberte enseñado el camino, pero el mérito de decidir seguirlo es tuyo. Gracias, Brian. Esas últimas palabras se sintieron como un abrazo y quedarían grabadas en el corazón y memoria de Brian hasta el final de sus días. Cuando por fin encontró a Joshua, lo felicitó por su triunfo. — Pues al parecer sí eras mejor que yo. — Brian, por favor, no quiero problemas. No podía dejar a un lado mi sueño solo por miedo a ti, ¿entiendes? — No vengo a pelear, Brown. De verdad quiero felicitarte, no hay un adversario más digno que tú, fue un honor perder ante alguien tan valiente. También me gustaría hablar contigo, si es que me lo permites. Tras una larga conversación, Joshua y Brian pudieron arreglar sus diferencias, incluso se dieron cuenta de que eran más parecidos de lo que creían. Ambos amaban nadar, la pizza de pepperoni y jugaban los mismos videojuegos. Con el tiempo su amistad se volvió inquebrantable y nunca más volvieron a tener una pelea.
Se dice que el espíritu de Jack continuó rondando los pasillos de la universidad, cuidando de aquellos que no podían defenderse del todo y enseñando a los bravucones que la vida podía ser más placentera si dejaban de usar la violencia como primera opción para lograr sus metas.
Y tú ¿mereces una visita de Jack?
Escrito por: Gruschenka Rizo. |
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