Cuento*: | [ About a song ] (relato) La aeromoza que nos atendió se cruzó con nosotros mientras esperábamos el equipaje. Le comenté que tenía suerte de volverle a ver fuera del avión y sería mayor suerte, si en el avión de retorno seguro la encontraría nuevamente. Ella me sonrió y yo le devolví la sonrisa, mientras me decía que sería muy divertido que así fuera. Una vez que se fue meneando su rubia caballera, un golpe en el hombro me recordaba dónde estaba: ─ Te pasas. ─ ¿Qué? ─ ¿Cómo que "Qué"? Le estabas coqueteando… ─ me dijo entre dientes, con ese tono infantil que siempre me divierte. ─ No. Simplemente me pareció divertido volverle a ver. Las probabilidades que eso suceda eran pocas… ─ Tú sabes cómo te veía. ─ ¿Quién? ─ La aeromoza. ─ Vamos, que exageras. Es su labor sonreír a los pasajeros… ─ Ajá. ─ …Y nunca se fijaría en un viejo decrépito como yo. ─ Ajá. ─ Deja de hacer eso. ─ ¿Qué cosa? ─ Tus "ajá". ─ Me miró a los ojos y respondió: ─ Sé que no es tu intención ir a acostarte con cuanta mujer te cruzas… ─ Así es. ─ …pero deberías dejar de andar coqueteando. Ella… no, nadie, podría aguantar eso. ─ No coqueteo. Soy sólo cortés. Además, admirar la belleza femenina nada tiene de malo… ─ Ajá... ─ …como la tuya que anda robando miradas con ese vestido floreado que te queda precioso. Se sonrojó unos segundos, pero se recuperó prontamente: ─ Fucking silvertongue… y no, no me están mirando. ─ Los dos tipos de la izquierda no dejan de ver hacia tus caderas y el joven del puesto de revistas está girando a ver por cuarta o quinta vez… ─ Te odio. ─ No. Me quieres. ─ respondí con frescura. ─ Sigue así, y dejaré de hacerlo. ─ Por cierto, ¿Está confirmada la reservación del hotel? ─ Sí. ─ ¿Y tienes la dirección a la mano? ─ Sí. ─ ¿Y te confirmó que irá? ─ ¡Sí! Damn. Estás muy nervioso. ─ No. No lo estoy. ─ le respondí esforzándome en imprimir toda la desidia del mundo mientras atrapaba mi equipaje que al fin llegaba en la banda transportadora. Me puso cara de incredulidad, pero me hice el desentendido y sólo atiné a extender mi mano, señalando el camino e invitándole a ir por delante. ─ Siempre la caballerosidad. ─ me dijo con ironía. ─ Ya lo sabes… Es mi credo. Dejé que avanzara y yo caminaba tras ella. No. No era sólo caballerosidad. Era mi forma preferida de cuidar: así podía tener una vista panorámica de a quienes tenía delante y escudriñar cualquier signo inusual que podría denotar un peligro, y no me equivoqué. Un joven carterista estiró el brazo, aprovechando que pasábamos entre el gentío para salir del aeropuerto para intentar robarle, por lo cual le di un soberano manazo y mirada de reproche, lo cual le bastó para que retrocediera su extremidad tan rápido como surgió y se mezclara otra vez con los viajantes y nosotros, finalmente, salíamos hacia la zona de taxis. ─ …y por eso es que debemos apresurarnos, ¿No crees? ─ Claro. ─ contesté por inercia, como si le hubiera prestado atención. ─ Ni siquiera te has enterado de lo que te dije… ─ Bueno… ─ Hombres. ─ No me digas eso… Por cierto, tu bolso está abierto. Es un riesgo que alguien pueda robar algo de allí. ─ Bah… Tú siempre exagerado. ─ No siempre. ─ Anyway. Te decía que no debemos confiarnos, porque me han dicho que el tráfico de México es insoportable y no debemos llegar tarde. ─ ¿Peor que en Bangladesh? Lo dudo… ─ My dear, no creo que quieras correr riesgos. Por lo menos no hoy. Ella tenía razón. Odio cuando la tiene, pero no más de cómo ella odia cuando la razón la tengo yo. ─ Bueno, mi celestina camarada. Tenemos sólo unas horas. ─ I know right. Ha sido un milagro que podamos conseguir este viaje relámpago y es una completa locura que esté a tu lado para… ─ La culpa es tuya, Vanessa. ─ ¿Mía? ─ Claro. ¿Quién fue que me decía todos los días: "Debes arriesgarte", "Ve por ella", "Deja de ser Lord Stone Cold Heart", Eh? ─ Así que ahora, eres un niño obediente… Ajá. El taxi reservado nos esperaba y subimos. Le pedimos permiso al conductor y nos permitió fumar mientras ultimábamos planes. Lo que ella había dicho era verdad: estaba acompañándome a cometer una locura. Una estúpida locura. No tenía chance alguno que el encuentro de hoy tenga un futuro. Ninguno. Lo había evaluado por días, semanas, meses. No había forma alguna. Estaba yendo por vez primera en mi vida a una reunión que planifiqué al detalle, sabiendo que no obtendría más que este maldito día. Sólo sabía que no me iba a morir sin vivirlo. *** Llegamos al hotel y nos registramos inmediatamente. Una vez le dejé en su habitación me quedé parado en el pasillo como un idiota. Reevaluaba todo. ¿Valía la pena? ¿Qué estaba buscando? Un sonido de claxon me despertó de mi ensimismamiento y procedí a tomar mi habitación: sencilla, funcional y básica, tal como le pedí a Vanessa. Nada de cosas que distrajeran, ni opulencias que pudieran generarme un retraso. Nuestro vuelo de retorno salía en tan sólo seis horas. Hasta un espía hubiera tenido más tiempo que nosotros. Procedí a ducharme y mientras lo hacía, me fue inevitable recordarlo todo. Minerva: ese es su nombre. Ella lo odiaba, y a mí me encantaba. Nombre de diosa. Le conocí por internet por un azar del cruel destino mientras coordinaba un negocio de la empresa. Sí, cruel. Soy enemigo de las relaciones a distancia, así que desde un inicio no busqué más. Ella es casada, y con hijos: otro motivo para mostrar mi negativa a cualquier avance más allá de la amistad. Ella es más joven: peor aún, pues siempre me dije que un viejo como yo no debería caer en la ridiculez de buscar relacionarse con alguien más joven. Y sin embargo… allí estaba, respondiendo sus mensajes, sonriendo con sus chats, encontrando algo en esta mujer que sólo conocía físicamente por una foto: paz. Evité buscarle, sabiendo que cuanto más me acercaba a ella, más débil me encontraba. Ella hacía que mis paradigmas se volvieran un castillo de naipes: fácil de deshacerse con tan sólo una sonrisa suya. Mis murallas caían cuando le escuchaba decir mi nombre por teléfono. Me estaba generando ilusión: un pecado imperdonable a mi edad y condición. Por ello no olvidaré jamás esa conversación, cuando ella dijo lo que más quería escuchar, y también lo que más temía oír: me declaró que estaba enamorada de mí, y mi lógica tomó posesión de mi ser como acto reflejo de protección. No podía… no debía. Respondí esa vez que sólo podía ofrecer amistad y la promesa de algún día tomarnos un café, y ella, tras unos segundos de silencio, lo aceptó estoicamente. El orgullo es algo maravilloso: golpéalo y generará muros imbatibles. Lo hice y con ello esperé que nunca más me volviera a hablar…, pero ella, contra mis pronósticos, lo hizo. Ya no mostraba más intenciones que las amicales y luego de un último intercambio de canciones, se despidió de mí. Desde allí no supe más de ella, salvo por Vanessa, quien mantuvo las coordinaciones de negocio y terminaron de buenas amigas. Y de eso me estaba aprovechando ahora. Después de conversarlo con Vanessa y recibir sus sermones por mi manía de tener un corazón de cactus, planeé lo que estábamos viviendo hoy. Vanessa le dijo que por cuestiones de la empresa ella iba a estar de paso en México, así que podía aprovechar en conocerse en persona, a lo cual Minerva accedió. Pero todo era mentira: Vanessa no estaba de paso entre vuelos. Me estaba acompañando a verla de manera sorpresiva ¿Qué buscaba yo? ¿Amor? ¿Que dejara acaso a su esposo? Todo era una negativa, y mientras el agua se llevaba mis ideas, mi teléfono móvil sonó. Me apuré y salí aún mojado a contestar. Era Vanessa: ─ Dear, ya hablé con ella. Quedamos en vernos en un cafetín cerca de su lugar de trabajo, pero eso será en una hora, así que apresúrate. ─ Perfecto. ─ Dime al menos que hoy dejarás de usar toda la ropa en negro como un maldito cuervo… ─ Nos vemos en el vestíbulo en media hora, pues tenemos que llegar antes que ella. ─ Okey. Te veo en media hora. *** Vanessa bajaba las escaleras, enfundada en un bello vestido azul ceñido que delataba sus generosas proporciones, y su sonrisa inicial al verme se fue desvaneciendo cuando me vio vestido completamente de negro. ─ Te dije que… ─ No me sermonees ahora, darkling. ─ Conversé con ella y siempre me decía que odiaba verte en las fotos sólo vistiendo de luto. ─ Lo sé. ─ respondí con descaro, mientras jugaba con el aro negro de mi mano izquierda. ─ ¿Y entonces? ─ me reclamó arrastrando la palabra entre dientes. ─ Y entonces… no sería yo. ¿No crees? ─ My love… ─ Vanessa es la única a quien le permitía decirme así. ─ A veces eres insoportable… ─ Merci beaucoup. Tomamos el taxi y fuimos al lugar citado, y llegamos con la anticipación debida. Mientras Vanessa esperaba afuera, yo sobornaba al administrador con la historia que íbamos a sorprender a una prima, para que en algún momento me permitiera salir por la parte posterior del local. Con un poco de dudas, pero más distraído por las curvas de Vanessa, aceptó. Así que me quedé dentro del local esperando mientras en el reflejo de la pantalla del teléfono podía ver a Vanessa sentada en una de las mesas exteriores, esperando la llegada de Minerva. Y como toda espera, duró mil eternidades, hasta que vi a Vanessa pararse. Mi pulso se aceleró. Apreté un poco los puños para no girar a verle desesperado mientras veía en el reflejo a Minerva abrazándose efusivamente con Vanessa. Ese grito de adolescentes entre las dos me pareció extremadamente tierno y también sonreí, aunque era mi espalda la que apuntaba hacia ellas. El local, para mi suerte, colocaba canciones que las mesas externas podían oír, así que después de una media hora, que me pareció más que prudente para que ambas puedan conversar y saludarse, llamé al administrador y con unos billetes más le indiqué que colocara las dos canciones que ese momento necesitaba. Primero, obviamente, era su canción favorita. Minerva incluso dio un ligero grito al empezar a oírla y no se contuvo en cantarla. Esa frescura tan de ella que siempre me sedujo, y que siempre lo hará. Vanessa, ya instruida, sabía lo que venía después de esa canción. Vendría la última canción que le dediqué a Minerva: la canción que compartimos en nuestra última conversación nocturna, donde nos dijimos todas las formas de amar sin usar la palabra amor, y nos mencionamos el deseo de vernos y estar juntos sin decirlo. Los orgullos fueron nuestros frenos y nuestros latidos fueron amordazados esa noche. Ambos deseábamos que esa noche no acabara. Ambos nos dijimos mucho, sin decir nada. Ya sabiendo que colocarían la segunda canción, me levanté y procedí a salir por la puerta posterior del local. Caminé en el sentido inverso para llegar a espaldas de Minerva, pero a la vista de Vanessa, mientras las notas empezaban a cumplir su labor, pues Minerva cortó intempestivamente la conversación: ─ ¿Qué te pasa, Minerva? ─ Esa canción… ─ ¿Qué tiene esa canción? ─ Me trae recuerdos de él… De la última noche que hablamos. Nunca olvidaré esa estrofa… Sí… ésa que justo suena ahora… ─ y Minerva, con voz agridulce, empezó a cantar: ♪ "…Ambos sabemos que las noches fueron especialmente hechas para decir las cosas que no podrás decir a la mañana siguiente…" ♪ ─ Una letra triste… ─ Sí, lo es… ─ ¿Sabes? Él tiene un mensaje para ti. ─ Sólo un par de pasos me separaban de Minerva. ─ ¿Ah sí? ─ Sí. ─ confirmó Vanessa. ─ ¿Quieres oírlo? ─ ¡Claro! Me acerqué a su oído, y con calma, hablé: ─ Cumplo mi promesa de tomar un café con vos. Por un segundo Minerva no se movió, mientras yo daba un paso hacia atrás. Finalmente giró y se levantó, mirándome con toda la sorpresa que sus ojos podían expresar. Quiso hablar, pero puse mi pulgar en sus labios, en señal de que callara. Paseé mi mano por su cabellera mientras ella, con los ojos cerrados, tomaba mi mano, guiándola por su sien. Me fue inevitable tomarle de la cintura y acercarla a mí, como por inercia sus brazos se colgaron de mi cuello. No había futuro. No había promesa. No podría haber algo más entre nosotros que ese segundo en ese café de esa calle en medio de esa ciudad en ese país y en este planeta. Ya nuestras miradas se habían besado. Era el turno, para nuestros labios… *** La misma canción sigue sonando, mientras mis ojos escudriñan el techo. Levanto mi mano y miro entre los dedos. El sonido en mis oídos me recuerda que tengo los auriculares puestos. Otra vez el maldito sueño. ¿Cuántas veces lo he repetido? ¿Cuántas veces he revivido cada segundo de él? ¿Cuántas veces Minerva corresponde un sentimiento que nació destinado a quedarse congelado en un mar de recuerdos? Ya perdí la cuenta. El teléfono suena. Contesto y es Vanessa. Me pregunta si estoy bien porque no he llegado a la oficina aún, y hoy tenemos que lidiar con junta de acreedores. Le respondo lo mejor que puedo. Vanessa me conoce bien: ─ ¿Otra vez el mismo sueño? ─ Sí. ─ Llámala. ─ No. ─ Escríbele entonces. ─ No. ─ My love… ─ ¿Estás llamando desde mi oficina? ─ Sí, ¿Por qué? ─ ¿Qué ves al costado derecho? ─ La pecera con el cactus que te regalé… ¿Por…? ─ Entonces ya tienes toda respuesta de mi parte. Vanessa se quedó en silencio por unos segundos antes de hablar: ─ No demores. Necesitamos al hombre sin corazón para esta junta. ─ Allí estaré… ─ Y por favor… ─ "…no vistas todo de negro". Lo sé. Escuché un pequeño bufido de parte de Vanessa y me colgó. Miré el aro negro que porto y sonreí. El día que me puse ese aro, me prometí que jamás entregaría mi corazón otra vez. La canción sigue sonando, y el coro llegaba justo a tiempo, sólo que esta vez, canté en el tono más agridulce que tenía, cambiando la letra mientras me preparaba para ir al trabajo: ♫ "Nena, ambos sabemos que las mañanas fueron justamente hechas para intentar asesinar todo lo que cada puta noche siento por ti …" ♫ [ Fin ] © Ͼʜʀɪʂᴛᴏᴘʜᴇʀ Ɖʀᴀᴋᴇ |Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ| Lima/Perú • 24/mrz./2021 ------ ¿Qué sucedió antes? Puedes leerlo en Fishbowl ----- ¿Sabes cuál es la canción que te dice para lo que están hechas las noches? |
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