Cuento*: | Que bueno está este vino, un tinto jóven que deja paladear algunos sabores fuertes de barrica, mezclado con otros muy tenues a moras y vainilla; lo que me hace pensar en los pequeños detalles que son base en las relaciones y, que a simple vista parecen imposibles. Son estos detalles los que pueden marcar la diferencia entre el odio y el placer. Nada más fortuito en la naturaleza que los detalles inadvertidos los que aparecen para mostrarte un mundo nuevo, un mundo que pasa y pasa sin llamar tu atención, hasta que sucede. Ese momento fugaz, que deja entrever tu futuro y ofrece la decisión; ¿eres capaz de ir tras tus deseos?, o sólo esperarás otro momento para lanzarte al vacío. Ahora bien, quién ha dictaminado que todos debemos estar atentos a lo que sucede en nuestro entorno, habemos personas que fluimos con las variantes universales, con el vaivén de las circunstancias. Esto hace más obvio, que un verdadero detalle presentado ante nuestros ojos sea relevante en nuestra cotidianidad. Así me pareció aquella inusitada variable que se presentó en una linda chica, una mujer tímida y pueril. Su presencia, un magneto que atrajo mi alma de forma nunca antes sentida. Me provocó una sensación de admiración. Sobre todo, cuando aquella mujer por error dejó caer de su bolso un contenedor para comida, de esos que usan los oficinistas. Rápidamente, un caballero le ayudó y le preguntó su nombre. No tengo práctica en la lectura de labios, pero quiero creer que se llama Angela. Bien, pues de inmediato, Angela, invita al caballero a que la acompañe un instante, y este en su obtusa imaginación acepta. Con una ficticia idea de conquista, ella toma su mano y le pide seguirla hasta un lugar cercano, al parecer solitario. Y justo cuando están por partir…una mirada simple, un detalle, un brillo en sus ojos me comparte el momento. Que sensual es aquel desliz que la vida me presenta. Sin pensarlo, a la distancia sigo la escena, y con cautela veo el espectáculo comenzar. Inicialmente como un juego sexual, donde un pañuelo emerge de la bolsa aquella y es introducido en la boca del ser lujurioso, sin resistencia alguna. A la distancia, la excitación se apodera de mí, y entre roces aquella mirada se presenta y se comparte conmigo. Sin saber que aquel pañuelo con algún somnífero, ha dormido la lujuria del patán, ha domado a la bestia, al semental. Allí comienza el verdadero espectáculo, cuando se mezcla la excitación sexual de sus miradas fugaces con mi recién descubierto placer de observar como ella introduce una y otra vez aquellos trozos de carne en su boca. Entre las sombras se dejan ver movimientos, susurros de seres inocuos, que se dan cita al teatro de los horrores de aquella pueril damisela. Así, cada cierto tiempo me preparo, tomo una copa de vino, tratando de marinar las deliciosas miradas de Angela, el clima, y los detalles de su próxima víctima en turno. |
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