Desde pequeña, vivía aterrorizada. Transcurrían los días y en mi interior abordaban miles de pensamientos, viviendo con un constante miedo al fracaso y sintiéndome incapaz de lograr mis más grandes sueños y anhelos.
Las incertidumbres aumentaban con el paso de los días. Temía intentar algo, y aunque muchas veces ya estaba a punto de hacerlo, volvía a dejar en pausa muchos proyectos. Pese a que a mi alrededor tenía a personitas muy especiales en mi vida, apoyándome y alentándome a continuar y a no decaer antes de lograr lo que tanto deseaba, simplemente decidía una vez más desistir e inventar una que otra excusa para huir de aquel momento sin dar explicación alguna.
Sin embargo, en medio de tantas dificultades y palabras que poco a poco me consumían y se apoderaban de mi mente, el jardín de mi hogar se había ido convirtiendo en mi mayor tesoro y uno de mis lugares favoritos. Poco a poco comencé a permanecer mucho más tiempo allí. Me desconectaba de todo conflicto interno con solo estar ahí.
Es desde entonces que me di cuenta de algo impresionante: la magia del color de las bellas rosas, su perfume en su interior, era algo realmente hermoso. Irradiaban un gran encanto que, sin imaginar, podría pasar todo el día contemplándolas. Es increíble ver cómo van creciendo de manera maravillosa después de un gran y largo proceso, constante atención y cuidado. Pero dentro de ello había algo que me llamaba mucho la atención: eran sus espinas. Porque, a pesar de que estaban incrustadas en sus bellos tallos y solían ser muy puntiagudas, ellas no eran impedimento para su crecimiento.
Todo iba cobrando sentido. Aquel jardín que se había convertido en mi mayor tesoro, hizo cambiar muchos pensamientos de mi interior. Me di cuenta de que no importa las veces que me caiga, sino de cuantas me levante de aquel desánimo. Entendí que fracasar es parte de la vida y ello debería convertirse en un gran impulso para florecer, al igual que las bellas rosas de mi jardín. Sin imaginar, aquel jardín que con una mirada de paz me hizo ver lo bello de la vida.
Desde aquel momento, inicié una gran y ardua experiencia, con una promesa hacia mí misma de no dejar que aquellas ideas negativas se apoderaran de mi mente otra vez. Porque me di cuenta de que no podemos vivir con un constante miedo al fracaso sin antes haberlo intentado, y que en la vida no importa si nos caemos muchas veces, sino las veces en las que logremos levantarnos. No hay que intentar ser perfectos o los mejores sin antes saber el arduo recorrido que hay detrás de cada logro que vamos obteniendo. C.P |
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