Cuento*: | Edgar bajó del autobús en la estación, había llegado al pueblo de SnowFlake buscando trabajo en la acerrerias del lugar, le habían advertido que el lugar podía ser un lugar más desafiante que la tranquila provincia donde había crecido, pero eso no le importaba. Ya había estudiado en la escuela superior del estado y ahora quería probar la aventura y forjar su propio patrimonio en algún lugar distante. El pueblo donde llegó tenía un aire postindustrial de calles brumosas y construcciones agobiantes, el paisaje estaba marcado por un aire de decadencia y melancolía. La industria maderera que alguna vez fue el motor económico de la pequeña ciudad había declinado, dejando atrás estructuras abandonadas y espacios vacíos que reflejaban tiempos pasados de prosperidad. Las calles estaban envueltas en una neblina constante, que parecía arrastrarse entre los edificios como un recordatorio persistente del pasado industrial del lugar. La bruma creaba una atmósfera sombría y misteriosa que parecía envolver todo con un velo gris, ocultando los detalles y acentuando la sensación de aislamiento. Los edificios, testigos mudos del auge industrial pasado, se alzaban altos y majestuosos, pero también imponentes y opresivos. Muchos de ellos mostraban señales de abandono y deterioro, con ventanas rotas, fachadas descoloridas y grafitis que adornaban sus paredes. La arquitectura industrial prevalecía, con chimeneas en desuso y estructuras de acero oxidado que ahora se elevaban como monumentos de una época pasada. La ausencia de actividad industrial creaba un ambiente de silencio y soledad en las calles, interrumpido ocasionalmente por el eco de los pasos de algunos transeúntes que se aventuraban en el área. La vida urbana parecía haberse desvanecido, dejando una sensación de vacío y desolación. En esta ciudad, los parques y espacios verdes también se veían afectados por la atmósfera postindustrial. Aunque algunos intentos de revitalización habían convertido antiguos terrenos industriales en áreas recreativas, pero la bruma y el aire contaminado daban a estos lugares un aspecto inquietante y desolado. Sin embargo, a pesar de su apariencia decadente, esta ciudad postindustrial también tenía un encanto único y una sensación de nostalgia. Algunos artistas y creativos podrían decir que podían encontrar inspiración en su atmósfera melancólica y la historia que se escondía entre sus edificios y calles brumosas. Para Edgar una ciudad como esta de calles estrechas y edificios agobiantes evocaba un ambiente lleno de oportunidades. Estaba agotado pero por fortuna, el viejo sacerdote del pueblo, el padre Antonio, un viejo amigo de su padre le había conseguido un lugar donde quedarse, mientras encontraba trabajo como leñador en el pueblo. Después de caminar por varias calles, encontró la pequeña casa de huéspedes donde el sacerdote le había conseguido alojamiento, la vivienda estaba en la esquina de una calle oscura y solitaria que había visto mejores épocas. La casa parecía abandonada, pero el letrero de "se rentan cuartos por semana y mes" colgaba de manera improvisada en una de las ventanas de la casa acompañada de la luz que se filtraba por unas viejas persianas. Edgar miró un rato la edificación, verificó que fuera la dirección correcta y finalmente algo lo alentó a aventurarse. La casa se alzaba majestuosa a lo largo de la calle, aunque su esplendor había quedado atrás hace décadas. Con su estructura de madera carcomida por el paso del tiempo y las inclemencias del clima, parecía como si estuviera luchando por mantenerse en pie. Sus paredes, una vez blancas, ahora estaban cubiertas de musgo y líquenes, otorgándoles un tono verde oscuro que contrastaba con los restos descoloridos de la pintura original. Las ventanas, ahora con cristales algo polvosos, dejaban entrever el interior de la casa. Los marcos de algunas de las ventanas estaban torcidos y carcomidos, como si estuvieran al borde del colapso. El tejado de tejas, una vez orgulloso y robusto, ahora estaba cubierto de parches de musgo y hojas secas. Algunas tejas faltaban por completo, dejando expuesta la madera podrida que se escondía debajo. La chimenea, que solía expulsar humo en las frías noches de invierno, ahora estaba en ruinas, con trozos de ladrillo esparcidos por el suelo alrededor de ella. El jardín, que alguna vez había sido cuidado con esmero, ahora estaba cubierto de maleza y matorrales. Las flores y plantas que una vez adornaron el paisaje ahora luchaban por sobrevivir entre la maleza y el abandono. Un sendero de piedra conducía desde la verja oxidada hasta la puerta principal, pero ahora estaba cubierto de hojas caídas y ramas rotas, apenas visible entre el desorden. Edgar caminó por el sendero, subió las escaleras viejas de madera del pórtico y cuando tocó la puerta, un hombre misterioso pero amable lo recibió. Tenía el pelo largo y una barba blanca, y su rostro reflejaba cierta sabiduría y cansancio de los años. Su nombre era Julio, era el taciturno casero de la propiedad. El hombre parecía uno de esos viejos ermitaños de los que Edgar veía en las series de televisión que emitían los domingos en la tarde en el pueblo de sus padres. Julio había sido médico de profesión hace varios años en el hospital general que estaba en el centro de la ciudad pero después de que enviudara prefirió dedicarse a vivir de las rentas de los cuartos de su casa. Edgar lo saludó presentándose como el recomendado del padre Antonio, a lo cual el señor Julio reconoció de inmediato e invitó a Edgar a pasar de inmediato después de un fugaz apretón de manos. Apenas Edgar entró a la casa notó una atmósfera enrarecida por algo que desconocía, sin embargo la amabilidad del casero hizo que pronto olvidara esa sensación fantasmagórica que lo invadía. Edgar era un hombre robusto en la plenitud de su treintena, llevaba en su cuerpo la huella de años de entrenamiento y labor física intensa. Tenía un torso amplio con una mandíbula maciza, su cuerpo era evidencia de su arduo trabajo más que un afán por la estética, sus brazos eran gruesos al igual que sus piernas, la fortaleza de su constitución era evidente por su musculatura. Por lo que Julio le dijo que sería sencillo encontrar empleo como leñador en uno de los aserraderos que aún había en la zona. Mientras subían las escaleras de una cansada escalera de madera que rechinaba a cada paso, para que Edgar conociera la que sería su habitación los siguientes meses, Julio le daba detalles sobre cuándo tenía que pagar la renta y que días había agua caliente así como el aseo de las habitaciones. En el primer piso había tres habitaciones, dos ubicadas al este y la tercera en el lado opuesto. Pronto llegaron a una pequeña habitación al fondo del pasillo. Mientras Edgar dejaba su pesada maleta en el piso en el cuarto, notó que había una cama individual con un viejo colchón, un pequeño escritorio con su silla enfrente de una ventana que daba hacia el patio delantero y un buró con su lámpara de noche. Edgar agradeció nuevamente a Julio por el pequeño alojamiento, mientras Julio lo dejaba sólo para se instalara, Edgar posó la maleta en la cama y comenzó a desempacar. La propia figura de Edgar era la de un jugador de rugby, destacaba entre la multitud con su imponente figura y su aura de fortaleza. Con una estatura prominente y una musculatura robusta bien definida, sus brazos y piernas gruesos denotaban años de entrenamiento intenso y dedicación al trabajo físico. Su rostro, marcado por líneas angulosas y una mandíbula cuadrada, reflejaba su masculinidad innegable. La intensidad en su mirada era evidente con cada movimiento, emanaba una energía vigorosa y decidida. Generalmente, la sudoración que cubría su cuerpo resaltaba aún más su vigor y determinación, mientras que su postura erguida y segura transmitía confianza. Mientras se cambiaba la camisa, notó como la luz de la tarde entraba por la ventana iluminando la habitación con un halo dorado, dándole una atmósfera mística a ese pequeño cuarto. De pronto algo sacó de su contemplación a Edgar. La puerta se abría un poco, como si alguien la hubiera abierto desde afuera solamente de manera ligera rechinando ligeramente. Edgar volteó extrañado y se dirigió a la puerta para cerrarla nuevamente pero notó algó más que lo inquietó un poco. Parecía que había una pequeña silueta en la penumbra al final del pasillo, la silueta era delgada y de baja estatura con ojos brillantes como dos pequeños tizones. Edgar miró fijamente a la figura tratando de vislumbrar de que se trataba mientras sentía un extraño sudor frío recorrer su espalda y nuevamente comenzó a percibir esa extraña atmósfera enrarecida por un aroma peculiar, pero antes de poder hacer algo más, la silueta se había desvanecido. Edgar se quedó sólo pensando en lo que había pasado, por alguna extraña razón ahora sentía como la sangre recorría todo su cuerpo de manera rápida como si estuviera en algún tipo de excitación y parálisis momentánea, Edgar sacudió su cabeza para despabilarse de aquella sensación cuando oyó una voz. Había un hombre parado en el dintel de la puerta. el hombre parecía estar alrededor de los 55 años. Era de estatura mediana, con una constitución robusta y una barba entre negra y cana que le daba un aire serio. Tenía unos ojos cafés profundos, que reflejan su madurez y su experiencia de vida. Venía vestido con un pantalón deportivo y una camiseta color gris con el logo y nombre del equipo local de Rugby del pueblo. El hombre sonrió de manera amable y de inmediato tendió la mano a Edgar mientras le decía: "¡ey! ¿Qué tal? Eres el inquilino nuevo, ¿cierto? Vi la puerta abierta y bueno, pasé a saludarte. Edgar reaccionó y respondió con una sonrisa mientras respondía al saludo de mano a aquel hombre. De inmediato el hombre se presentó como Gabriel, otro de los inquilinos de la casa. Mientras, la tarde seguía cayendo Gabriel y Edgar conversaron casualmente pero fue lo suficiente para que Edgar pronto se diera cuenta de que la casa de huéspedes era un hogar para varios hombres solitarios, cada uno con su propia historia y motivación para vivir allí. Por ejemplo, Gabriel, era vigilante en uno de los viejos almacenes del pueblo, además de ser el mayor de todos los huéspedes, el otro era Javier, el cual parecía estar en sus cuarenta años, pero aún así su apariencia desafiaba con elegancia los estragos del tiempo, portando una apariencia juvenil que se burlaba de los años. De estatura promedio y con una constitución atlética, su presencia era imponente gracias a la piel morena que contaba historias a través de intrincados tatuajes, dragones, demonios y sirenas decoraban sus brazos, piernas, torso y cuello, transformándolo en un lienzo ambulante lleno de narrativas misteriosas. Los ojos de Javier, tan oscuros como la medianoche, destilaban un brillo travieso que reflejaba su espíritu intrépido y fanfarrón. Eran la ventana a un alma inquieta, siempre buscando la próxima emoción o desafío. A pesar de su actitud desafiante, Javier era un hombre de gran sociabilidad, su carisma rozaba la vulgaridad pero cautivaba con fuerza. Había perfeccionado la habilidad de forjar amistades con facilidad, una destreza labrada en las difíciles calles de los barrios pobres que solía llamar hogar. El estilo de vestir de Javier era un espejo de su personalidad ambiciosa y enérgica. Optaba por prendas con estampados llamativos, donde las calaveras se alzaban como insignias de un hombre que siempre ambicionaba más, como si llevara consigo la marca indeleble de su búsqueda perpetua. |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario