Cuento*: | Mi niña Después de una vida cuidando a los hijos de mis hermanas mayores en mi brotó el deseo de algún día tener los míos propios, por desgracia tras muchos años de búsqueda jamás encontré al hombre correcto y aunque traté de convertirme en madre por otros medios, ninguna institución quería entregarle un niño a una mujer soltera. Ha sabiendas de que no podría traer un niño al mundo, decidí depositar todo mi afecto materno en una de mis más grandes pasiones, la botánica, plantando todo tipo de flores en el jardín de mi casa. Cultivarlas requirió de su esfuerzo, pero al cabo de unas semanas logré que comenzarán a brotar las primeras rosas, gardenias y azaleas. Me sentí muy contenta cuando vi los pequeños retoños que comencé a llevar un diario de su crecimiento y para cuando terminé de llenar el primer cuaderno, ya contaba con un hermoso jardín, más la felicidad que experimenté en ese momento no era nada comparado con la que venía. Un día mientras me preparaba para salir a darle un poco de agua a mis pequeñas, me percaté de algo muy extraño, una serie de huellas que recorrían mi césped, lo peculiar de ellas era que donde habían dejado marcado su paso crecieron florecillas salvajes, como margaritas, amapolas y dientes de león. Maravillada comencé a seguirlas hasta llegar al centro de mi patio, donde se hallaba un pequeño árbol de ahuehuete, el cual presentaba un gran tajo en el tronco del que brotaba una brillante resina color ámbar, más que preguntarme por ¿quién lo había plantado ahí?, lo primero que pasó por mi mente fue en ¿cómo podría ayudarlo?, era hermoso y sentía que era mi deber sanarlo. Estaba por ponerle una mano encima cuando de la nada este comenzó a retorcerse hasta tomar la forma de una niña con cuerpo de madera y cabellos hecho a partir de las hojas de sus ramas, la cual me pidió que por favor no le hiciera daño. La sorpresa de aquello me hizo retroceder hasta caer de sentón, al ver mi rección ella intentó ayudarme, pero apenas dio un par de pasos antes sucumbir al dolor del profundo corte que ahora se hallaba en lo que era su torso. Fue entonces que se presentó ante mi como Yólotl, una Amoxoaque, un ser protector de la naturaleza que tuvo que abandonar su hogar en el bosque debido a la invasión de unos leñadores, apenas si pudo escapar y aterrada, buscó refugio en mi pequeño jardín, donde entre lágrimas me suplicó que la dejara quedarse y a pesar de la surrealista situación, acepté sin dudarlo. Los primeros días que pasamos juntas fueron algo incomodos, pues era obvio su temor hacia las personas, pero conforme transcurrieron las semanas eso cambió, logré ganarme su confianza enseñándole a escribir, preparándole nutritivos abonos y dejando que me ayudara a cuidar mis flores. Nos acercamos tanto que hasta me permitió ser testigo de sus poderes, haciendo florecer ante mis todas las plantas que yo deseará y sanando pequeños animales, desde hermosos colibríes hasta escurridizos conejos que, tras ser tratados, no se fueron de mi casa. Gracias a ella mi hogar se llenó de vida y aunque resultaba difícil convivir con tantos animalitos y un ser místico, amé cada segundo con ellos, hasta que me di cuenta de algo, mientras que en primavera y verano Yólotl se mostraba muy vivaz y energética, conforme se acercaba el invierno parecía cada vez más aletargada, incluso había días donde ni siquiera tenía fuerzas para conversar. Pensé que solo estaba cansada hasta que una mañana no despertó, asustada intenté de todo para hacer que reaccionara, hablarle, regarla con la manguera, hasta sacudirla, pero nada funcionó. Eventualmente el frio llegó, provocando que todos los animales que Yólotl había sanado se fueran, dejándome completamente sola, a pesar de eso no me aparte de ella, la cubrí con una manta y coloqué pequeñas hogueras a su alrededor para mantener caliente la tierra y proteger sus raíces. Puse tanto empeño en su cuidado que descuidé hasta mi propia salud, pero no me importaba, daría mi vida con tal de volver a verla sonreír. Para marzo mi esperanza era casi nula y me invadía la culpa, ¿acaso no la cuidé bien?, ¿por eso se fue?, avergonzada decidí irme de mi propia casa, pero la mañana que me disponía a marcharme, la vi sentada en el centro de mi jardín dando nueva vida a mis flores con solo tocarlas. Apenas se percató de mi presencia corrió a mis brazos y comenzó a disculparse por no haberme explicado lo que iba a pasar, revelándome que como un espíritu del bosque su ser está ligado al ciclo de las estaciones, durmiendo en invierno para regresar con más fuerza en primavera. Le dije que no había nada que disculpar, estaba muy contenta por tenerla de vuelta, ella respondió que sentía lo mismo antes de pronunciar las palabras que toda la vida quise escuchar, "Te quiero mucho, mamá". Sin darme cuenta la vida había cumplido mi sueño y aunque cada invierno debemos separarnos, mi corazón siempre aguardará por ella, mi hermosa niña, la hija que el destino me dio. Nombre del autor: Ronnie Camacho Barrón Lugar de origen: Matamoros, Tamaulipas, México |
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